sábado, 27 abril, 2024
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Perdónenme, yo también me equivoqué

Como tantos, yo también menosprecié el peligro del coronavirus, publiqué informaciones que lo minusvaloraban y corrí riesgos ciertos, por todo lo cual pido perdón

Todos los ciudadanos somos responsables de nuestros actos, no solo por lo que atañe a nuestra esfera personal, sino también -y sobre todo- por la influencia y el efecto que nuestra conducta pueda tener en los demás. Entre todos los ciudadanos, hay dos grupos cuya responsabilidad es mayor: los políticos y los periodistas. A los políticos les exigimos todos los días, y con todo el derecho, que ejerzan su responsabilidad y sean justos, eficaces y prudentes, y más en una situación como la actual. Los periodistas no solo debemos ser responsables, críticos y veraces al máximo, sino también completamente rigurosos con lo que escribimos y publicamos y, desde luego, críticos, ante todo, con nosotros mismos. Hoy hago mi propia crítica y reconozco ante todos mis lectores y lectoras que yo también me equivoqué, que menosprecié públicamente la letalidad del coronavirus, corrí riesgos ciertos y publiqué informaciones que no debieron ver la luz.

Reconozcamos que nos hemos equivocado todos y yo el primero. Nadie vio venir la pandemia que hoy padece el mundo, ni siquiera los gobiernos más poderosos y mejor dotados del mundo, como Francia, Alemania, el Reino Unido o los EE.UU. Es necesario reconocer esto como punto de partida, para tener un enfoque lo más justo posible sobre los errores del Gobierno de España y sus retrasos en tomar medidas. En mi caso, para poder seguir ejerciendo una crítica honesta tengo que empezar por criticarme a mí mismo.


De haber sabido lo que iba a suceder, habría sido más prudente, porque, además, la posibilidad de contagiarse uno mismo tiene la responsabilidad añadida de poder contagiar a otros.


Con la intrepidez propia de los periodistas menos miedosos (o más temerarios) y con un optimismo congénito que aún no me ha abandonado a pesar de mis años, el 27 de enero de 2020 me embarqué en Dubai en un crucero de ocho días por el Golfo Pérsico, cuando la epidemia de coronavirus avanzaba en China y había saltado a terceros países. Cierto es que dicho viaje lo tenía programado y pagado desde meses atrás, pero también es verdad que, al regreso, permanecí unos días en Madrid (ciudad que se ha revelado como el principal foco de la epidemia en España) de manera totalmente innecesaria y que, tras regresar a mi domicilio en Andalucía, volví a Madrid por segunda vez otra semana, donde asistí a actos masivos, como un estreno teatral o una importante exposición de Rembrandt en el Museo Thyssen. Tuve la suerte de que tenía billete de regreso en el AVE para el día 7 de marzo, sábado, porque, de haber permanecido en la capital unos días más, habría asistido a la manifestación del 8-M en mi doble condición de periodista y de feminista. Es decir, he tenido la enorme suerte de no contagiarme ni en el barco, ni en los Emiratos, ni en Omán, ni en Madrid, a pesar de que me paseé por todos estos sitios cuando la epidemia avanzaba a buen paso. No hay duda de que, de haber sabido lo que iba a suceder, habría sido más prudente, porque, además, contagiarse uno mismo tiene la responsabilidad añadida de poder contagiar a otros.

NI DETECTOR NI PREVISOR

Fui tan poco detector de lo que estaba ocurriendo y tan poco previsor de lo que iba a ocurrir que, al regreso, incluso me atreví a publicar en este periódico un reportaje (Sobrevivir entre Trump, Jamenei y el coronavirus) y un artículo (Los estragos del acojonavirus, un monstruo mediático) que aún hoy me avergüenzan, y por los que pido perdón. Al principio pensé eliminar estas dos entradas de la web del periódico, pero opté por no hacerlo al considerarlo una cobardía por mi parte. Cierto es que, en aquellos días, ignorante de lo que sucedía, traté de contribuir con mis testimonios, en la pequeñísima medida de mis posibilidades, a la calma ciudadana y al normal funcionamiento de nuestra sociedad y de nuestro sistema productivo, consciente de los efectos letales del pánico colectivo, sin reparar en que la verdadera letalidad estaba no en el miedo sino en el propio virus.

Pido perdón por mi conducta y por esos artículos. No puedo dejar pasar ni un día más haciendo como si nada hubiese pasado para que el lector olvidase mi metedura de pata. No podría perdonarme que nadie, fiándose en esas informaciones y opiniones mías, se hubiese visto alentado a correr riesgos que hubiesen puesto en peligro su salud. En mi descargo puedo decir lo que todos: que nadie, ni los organismos internacionales ni los gobiernos mejor informados del mundo, supieron prever esta pandemia concreta, más allá de los avisos recurrentes e indefinidos que cada cierto tiempo hace la OMS sobre los peligros de una supuesta y futura pandemia de dimensiones mucho más catastróficas que la actual. Pero el hecho cierto es que ni desde la ONU ni desde los gobiernos se acertó a prever la expansiva letalidad de la Covid-19 concretamente.


El PP y en mayor medida Vox están actuando en esta crisis con una falta de lealtad y de comprensión que se volverá en su contra.


A posteriori, hemos sido muchos los ciudadanos -yo entre ellos y desde el principio- que hemos sido muy críticos con el Gobierno y hemos exigido anticipaciones y previsiones que nosotros mismos no hemos sido capaces de adoptar. Pero, pasados los días, y cuando la epidemia parece empezar a decrecer, justo es reconocer que también los gobernantes son humanos y, como tales, propensos a la equivocación, y que tras las dudas y la incertidumbre iniciales, lo que hay que hacer es reconocer los errores y centrarse en las medidas y las soluciones.

DESLEALTAD DE LA DERECHA

El PP y en mayor medida Vox están actuando en esta crisis con una falta de lealtad y de comprensión que se volverá en su contra. Tan no supieron ellos prever nada, a pesar de la falta de previsión que achacan ahora -toda- al Gobierno, que el mismo día 8 de marzo Vox dio un mitin en Madrid con la asistencia de 10.000 personas, un mitin en el que un Ortega Smith no solo ya contagiado, sino con evidentes síntomas de estar afectado de la enfermedad, prodigó apretones de manos, abrazos y besos a muchos y a muchas de los allí presentes. De la misma manera, las Comunidades gobernadas por el PP no supieron ver lo que se avecinaba, hasta el punto que sus responsables no habían tomado medidas para acopiar mascarillas, trajes de protección, respiradores y otros productos sanitarios de primerísima necesidad; ni tampoco habían tenido la mínima inteligencia de pensar que el virus se cebaría en las residencias de mayores de Madrid, dependientes, por cierto, no del Gobierno central sino del autonómico. De la misma manera, yo tomé la temeraria decisión de no aplazar mi crucero, y de pasar dos semanas en Madrid de forma alterna, hasta rozar la frontera temporal del 8-M. Es decir, aquí, responsables y faltos de previsión en este asunto somos la mayoría, por no decir todos.

El PP y Vox han demonizado la fecha del 8-M en su celebración feminista, como la madre única de la epidemia -hasta el punto que Pablo Casado pide una investigación al respecto, pero circunscrita exclusivamente a las concentraciones feministas, como si ese día no hubiese cometido Vox el mismo error de su masivo acto político o como si ese mismo fin de semana y ese día concreto no se hubiesen celebrado partidos de fútbol a campo lleno- y al Gobierno por no haberla prohibido. Pero en las comunidades donde el PP gobierna se celebraron en las mismas fechas actos sociales o populares de todo tipo, sin que sus responsables -presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes, etc.- advirtieran a sus vecinos de lo que se avecinaba.

A posteriori todos somos grandes profetas, desde luego. Es cierto que los ciudadanos, y los periodistas todavía más, debemos ser críticos y no podemos renunciar al derecho de criticar todo lo criticable de este Gobierno y de los demás. Pero también hemos de ser justos y solidarios, y no enturbiar el camino de la solución con la exacerbación de nuestra parcialidad y, al mismo tiempo, con una suma benevolencia hacia nuestra irresponsabilidad. Yo mismo he caído en ese error y hoy pido aquí perdón por ello. Reconocer los propios fallos es un saludable camino para encontrar una salida más sabia, equitativa y solidaria a este y a todos los problemas sociales.

(José Mª Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Sus últimos libros publicados son 74 sonetos (poesía, Fundación Academia Europea de Yuste), Los pecados increíbles (novela, De la Luna Libros), Susana y los hombres (relatos, Editora Regional de Extremadura) y El Viaje del Tiburón (novela, Caligrama Penguin Random House).

SOBRE EL AUTOR

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