El Pablo Iglesias fresco y convincente de los primeros tiempos, ya no existe. En realidad, nunca existió. Este personaje encarnó un papel que, al final, le ha ido demasiado grande. En él todo fue ficción desde el principio. Su soberbia, su palabrería, su desprecio a la democracia interna y externa, su incoherencia, sus ínfulas de pequeño burgués aspirante al acomodo de la casta, le han hundido a él y a lo que representa. Pablo Iglesias ha venido interpretando un rap falso en la letra y en la música, un rap que le conduce directamente al R.I.P. político de sí mismo y de su formación el 28A.
Si el lector se ha fijado, Pablo Iglesias no habla, rapea. Sus alegatos no son la exposición razonada de una sucesión de pensamientos, sino la concatenación mecánica de frases robotizadas, dichas todas en una serie de tonos siempre iguales, siempre repetidos, que recuerdan extraordinariamente a la actuación de un rapero. La ilusión de que Pablo Iglesias es en realidad un rapero vacío metido a político fracasado cobra mayores visos de realidad cuando se observa su gestualidad, su vestimenta raperil –esas mangas decoloradas y extralargas que solo dejan ver la punta de sus dedos- y, sobre todo, su manera de agarrar el micrófono. A diferencia, por ejemplo, de la suave elegancia con que su homónimo Iglesias, don Julio, sostiene el micro, siempre por la mitad del aparato y apenas asegurado entre dos o tres dedos –como si le diera cosa tocarlo-, Pablo Iglesias lo agarra digamos por el glande, por el extremo sobresaliente de su morfología fálica, ahogándolo a puño cerrado, tal como un rapero.
Si el lector se ha fijado, Pablo Iglesias no habla, rapea.
Viendo imágenes de Pablo Iglesias en mítines y en actos de cualquier tipo y advertido ya el espectador de esta manera tan suya de agarrar el micrófono, y escuchando ese tonillo sin matices con que dice las cosas, esas andanadas de frases unisonoras y rimantes con el ridículo, uno termina de darse cuenta –si es que no había caído antes- de que este chico no es un político, sino un rapero venido a menos, un hacedor de ripios que quiso conquistar los cielos de un manotazo al tiempo que la vicepresidencia del Gobierno, el BOE, el CIS y no sé cuántas cosas más, y que lo único que ha conseguido (bueno, lo único, no, que el tío se ha mercado un casoplón de casi 700.000 euros y entre él y su pareja se levantan todos los meses una pasta gansa que les pagamos todos los españoles) es darse de bruces contra un suelo electoral que ni él mismo se atreve a calcular a día de hoy.
Pablo Iglesias ha dilapidado en tiempo récord la enorme esperanza que suscitó el 15M, ha acabado con la trasversalidad de un movimiento que ahora solo acoge a los residuos comunistas de nuestra política patria y poco más, ha engullido y destruido a los comunistas genuinos de IU, y se encamina con paso firme, con movimientos convulsos y maquinales de rapero, agarrando el micrófono por el glande, a una de las mayores catástrofes electorales ocurridas en España desde que murió Franco.
Pablo Iglesias ha dilapidado en tiempo récord la enorme esperanza que suscitó el 15M.
PERO HA HECHO UN FAVOR
Pero no todo es negativo en su manera de entender y hacer política, no. A él debemos agradecer el rejuvenecimiento de la Transición Democrática y el nuevo impulso de la Monarquía española, revitalizadas las dos gracias a los improperios que Pablo les ha venido dedicando sin descanso durante estos pocos años de su auge y caída. Gracias a él han descubierto las nuevas generaciones que la Transición sigue vigente en el sustento de la estabilidad institucional y en la garantía de las libertades individuales. Y gracias a él muchos republicanos han vuelto a mirar con simpatía al rey.
Lo mismo puede decirse de la banca, que obtiene sus mayores beneficios en unos tiempos en los que Pablo Iglesias dice que hay que acabar con su poder –el de la banca-, aunque a él no le ha importado pedir a esa misma banca la jugosa hipoteca con la que ha financiado su casoplón de Galapagar, bien que en su caso se trata de una entidad bancaria catalana de sospechosa simpatía independentista (El banco de los independentistas financia el casoplón de Iglesias y Montero).
Cabe decir igual de los medios de comunicación, a los que Pablo ha pretendido amordazar y contra los que dispara cuando no le bailan el agua, sin considerar que él dirige y actúa en medios como La Tuerka, programa de Producciones CMI que pertenece al propio Pablo. O sea, que es empresario de comunicación, gana un pastón entre unas cosas y otras y vive en una mansión de rico, pero, ojo, él casta no es.
Ahora, cuando el 28A se consume el R.I.P. de Pablo Iglesias y se pegue el batacazo electoral del siglo, si Pedro Sánchez no lo rescata de ministro, que todo puede ser, él pasará seguramente a un discreto segundo plano y su mujer se hará cargo del liderazgo de Desunidas Fracasamos. Si se han fijado, ella también rapea como él en las declaraciones de prensa, en los discursos y en los mítines, cosa natural siendo, como son, el Pablo Perón y la Evita Montero del panorama político nacional, el Dúo Pimpinela de nuestra actualidad, un fenómeno de nepotismo marital, de endogamia conyugal que ellos hubieran criticado en cualquiera de sus oponentes políticos.
Pero la gente no es tonta y todo el mundo se ha dado cuenta del engaño. Menos mal.
(José Mª Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews. Su último libro publicado es la novela El Viaje del Tiburón – Caligrama Penguin Random House).
SOBRE EL AUTOR
José Mª Pagador y Rosa Puch, casi 100 años de periodismo
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