jueves, 25 abril, 2024
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Llamadme pasmada…

… pero a mí, la que se ha liado con la petición del presidente mejicano López Obrador me tiene despistada, confundida, ofuscada y deprimida (que cantaba mi adorado Hilario Camacho)

De acuerdo, habría que decir: “A buenas horas mangas verdes”, y algo más, añadir que el perdón no se exige, se otorga. Pero sigo pensando que la indignación con la que se ha recibido la solicitud es más propia de una reina del drama, que de personas con responsabilidades.

La periodista, con su perro Killer
La periodista, con su perro Killer

Es evidente que no se pueden juzgar hechos de hace quinientos años con la perspectiva actual, porque, aunque poco, algo hemos evolucionado, pero ¿es tan difícil reconocer que el llamado Descubrimiento (“Descubrimiento de América para el mundo occidental” definición más exacta propuesta por el filósofo argentino Santiago Kovadloff) fue, por mucho que lo hayamos rebautizado y por mucho que otros pueblos en otros lugares lo hayan hecho peor todavía, una forma violenta y desalmada de apoderarnos de tierras y riquezas que no eran nuestras? Escudarnos en el “Y tú más” es una pobre y mezquina excusa.

Hasta el director de la RAE, que casi nunca opina sobre nada, ha calificado la carta de populista ya que, según él, “todos los conquistadores de todas las épocas han hecho muchas barbaridades”. Y tiene razón, lo cual no quita para que sigan siendo barbaridades. Y si ahora, con otra luz, pedimos perdón, sería un gesto generoso y en absoluto un disparate, pero en esta nuestra querida España nos hemos rajado las vestiduras y sentido ofendidos como si nos hubieran exigido que se prohibiera la siesta.


A mí pedir perdón me parece sencillo y práctico, quizá porque estoy acostumbrada.


A saber, salvo el rey que no ha dicho ni pío (menos mal, podría haber soltado un “lo siento mucho no volverá a ocurrir” y hubiera sido peor), ha entrado al trapo medio mundo; la vicepresidenta, Carmen Calvo: “El jefe de estado no tiene que pedir perdón a ningún país y no va a ocurrir” (peloteo descarado a la monarquía). Arturo Pérez Reverte casi saca el trabuco: “Si este individuo se cree lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza” (en su línea insultona y escasamente argumentativa ¡Con lo qué debe saber él de improperios chulos!). Pablo Casado: “Es una auténtica afrenta contra España (¿se puede ser más simple?). Albert Rivera: “Es una ofensa intolerable” (sí, se puede ser más simple). Santiago Abascal: “López Obrador contagiado de socialismo indigenista” (no me queda claro que ha querido decir este hombre, esperaba algo más impactante del tipo… “si hubieran tenido armas en sus chozas hubieran podido defenderse”), podíamos seguir pero para muestra valen varios botones.

Creo que un poquito de humildad no nos vendría mal. Reconocer que el ser humano no es todo lo humano que debería ser, no afectaría a nuestros grandes y delicados egos, y no solo en este caso puntual; pedir perdón sería un noble acto que nos liberaría de rencores, y hay una larga lista de atrocidades por las que pedirlo también, pese a que algunos, incluso se ríen de los que aún esperan algo más pragmático y necesario: ser desenterrados de las cunetas.

PERDONES

Por poner algunos ejemplos, países como Francia han pedido perdón recientemente por la guerra de Argelia. Alemania lo hace continuamente por el genocidio nazi, aunque se calla lo de Namibia. El Reino Unido ha entonado el mea culpa ante el pueblo kikuyu en Kenia, pero se deja en el tintero otras cuantas masacres. Juan Pablo II pidió perdón por los horrores de la Inquisición y más recientemente lo hizo Francisco en su visita a Bolivia: “Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”.


A quien hay que pedir perdón, y de forma urgente, es a las mujeres sádicamente asesinadas en Ciudad Juárez.


Bélgica, sin embargo, no quiere oír hablar de su terrible actuación en el Congo, país al que esquilmó de la forma más brutal. Es más, el rey Leopoldo, culpable, sanguinario y cruel, sigue presente en estatuas y monumentos. ¿Queremos ser como los belgas, aunque sin un chocolate tan rico?

La civilización avanza y la postura de López Obrador refleja una parte de la queja que existe en la sociedad latinoamericana que no se debe obviar y que tampoco es nueva. En Extremadura la efigie de Hernán Cortés, precisamente el que inició la conquista de Méjico, sufrió en 2010 un curioso ataque al ser teñida con pintura roja como protesta por la cabeza de un indígena decapitado que pisa el homenajeado, en el monumento de bronce que le erigió su pueblo natal, Medellín. Se justificó aquella polémica, explicando que la cabeza no representa a un ser real: “No es un indígena vencido muerto y humillado por el vencedor”, se aclaró, “sino un ídolo”, y ahí quedó la cosa.

A mí me parece que a quien hay que pedir perdón, y de forma urgente, es a las mujeres sádicamente asesinadas en Ciudad Juárez, que tiene el triste honor de haber creado una denominación para las muertes de jóvenes a las que torturan y masacran sólo por ser mujeres, los feminicidios. Pedir perdón por las fallecidas, condenar a sus asesinos y proteger a la vivas, eso es lo que urge, señor López Obrador, porque pedir perdón y aceptarlo es también aprender del pasado para mejorar el presente y trabajar por un futuro más amable y justo.

A decir de multitud de maestros espirituales de variadas filosofías y distintos pensamientos, el perdón es un placer para el que lo concede. Una leyenda cuenta que cuando un amigo nos ofende debemos escribir la ofensa en la arena y dejar que el viento la borre. Perdonar es perdonarse a uno mismo y no permitir que el recuerdo del daño nos siga martirizando.

Y llamadme magnánima, pero es que a mí pedir perdón me parece sencillo y práctico, quizá porque estoy acostumbrada, gracias a mi hermano mayor que de vez en cuando me agarraba un brazo y me lo ponía a la espalda exigiendo: “Pídeme perdón”, yo aguantaba un poco por orgullo (también porque no sabía a qué venían las disculpas ), él lo apretaba más, y entonces yo imploraba “perdón, perdón. Me rindo”, entonces me daba un abrazo, nos agarrábamos de la mano, nos reíamos… y a seguir jugando, ¡tan contentos! Cosas de hermanos. Siempre le he querido mucho.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).

SOBRE LA AUTORA

Una colaboradora muy especial

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