Llamadme feminazi y patinaréis, porque la tal palabreja no existe. Exactamente igual que no existe portavoza. Ninguna de las dos ha sido bendecida por las vetustas momias que dan lustre y esplendor a nuestra lengua. Una es un error gramatical, la otra un insulto mezquino y falso, pero la segunda ha creado un escándalo mayúsculo y la primera rebota y se expande alegremente por las redes y hasta se pasea por sesudos artículos de hombres y mujeres preclaros, sin que parezca molestar más que a quienes va dirigida.
De manera que, o mucho me equivoco, o “feminazi” tiene bastantes más papeletas para ocupar unas líneas en el Diccionario de la Lengua Española (DLE, antes DRAE) que “portavoza”. Al tiempo.
Ya sé que ha sido un atrevimiento de Irene Montero, pero tan magnificado, que solo ha faltado que Javier Marías o su colega Reverte pidieran la cadena perpetua para ella. Sin novedades en la caverna. Lo mismo pasó cuando a Bibiana Aído se le escapó un “miembra” o a Carmen Romero aquel “jóvenas”. Lo que deja claro que no estamos ante un debate lingüístico sino ideológico. Un discurso que demuestra la rabia que les produce a algunos (y a algunas) que las mujeres podamos definir, inventar, cambiar los usos del lenguaje. Nosotras, las nombradas por otros desde siempre, las que no hemos sido importantes ni en el léxico.
Lo mismo pasó cuando a Bibiana Aído se le escapó un “miembra” o a Carmen Romero aquel “jóvenas”.
Sabemos que lo que no se nombra no existe, así que permítasenos algún lapsus en pro de la aplicación de un lenguaje más inclusivo y abierto y disculpad los errores del camino, porque solo quien opina se equivoca, y de las equivocaciones se aprende. Hasta el refranero lo rubrica: el mejor escribano echa un borrón.
Porque escándalo no es decir “portavoza” para provocar. Escándalo, es en mi opinión (tan modesta como la de cualquiera), presentar la candidatura a número dos del BCE a la persona responsable de la quiebra de Lehman Brothers y de la pérdida de sesenta mil millones de euros por el rescate de Bankia.
Y vergonzoso, que Javier López Madrid aparezca entre los expertos que asisten al Foro Económico Mundial de Davos como integrante de la comitiva española.
Y lamentable, que una jueza homófoba sea candidata al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Esto demuestra la rabia que produce que las mujeres podamos definir, inventar, cambiar los usos del lenguaje.
Y cateto, que multen a un muchacho por el fotomontaje de un Cristo.
E imperdonable, la desidia con la que el país contempla los juicios a la corrupción institucionalizada del partido en el gobierno, y que en los sondeos siga siendo la primera fuerza política.
¿Pero qué importan semejantes minucias si una mujer ha dicho “portavoza” en el Congreso y han puesto el grito en el cielo hasta los que no saben distinguir entre un “¡Ay, que dolor!” y un “¡Hay que ver cómo está España!”?
GRAMÁTICA Y SOLIDARIDAD
Luego tenemos a los que sí saben y lo argumentan prolijamente, muchos de los cuales conocen la gramática al dedillo pero de solidaridad andan pelín escasos. Sospecho que son los mismos a los que jamás he visto protestar por las asesinadas (que no muertas) a manos de sus parejas, ni luchar por cerrar la brecha salarial o acabar con el techo de cristal de sus compañeras. Y envido y me juego un mes sin peluquería a que tampoco estarán en la huelga del día 8 de marzo. Son los y las adalides de la nueva Ilustración: “Todo para las mujeres, pero sin las mujeres”.
Nada tengo contra unos ni contra otros, pero una cosa les voy a decir: importa muy poco nuestra opinión, porque el lenguaje es algo vivo y culebreará por donde quiera y mantendrá unos términos y desechará otros, y a la Academia no le quedará más que admitirlos, como se ha envainado ya, mal que nos pese, almóndiga y murciégalo.
Pongamos el ejemplo contrario: la palabra modisto, hasta hace poco, no existía.
He sido –soy- periodista casi toda mi vida y he contemplado el advenimiento de la mujer a campos hasta esos momentos ocupados exclusivamente por hombres, lo que me ha convertido en observadora privilegiada (desde un punto de vista exclusivamente práctico), de la evolución en el lenguaje de la calle de ciertas palabras, y me he llevado muchas sorpresas. Juez, por ejemplo que es neutro y podría valer para ambos, ha derivado en jueza, y es el vocablo que mayoritariamente se utiliza hoy. No lo esperaba, pero ahí está, ¡tan campante! Sin embargo, la medicina, una profesión con altas cotas de incidencia femenina, sigue usando el masculino (excepto en mi pueblo, que se ha dicho “la méica” desde que llegó la primera), para nombrar a quienes la ejercen. Doctora, se ha implantado, pero médica poco. Curioso.
He de confesarlo, cuando el lenguaje inclusivo empezó a ser noticia, a mí también me parecía extraño. Ya no. Ahora lo considero una necesidad porque, repito, insisto, grito, voceo: “lo que no se nombra no existe” y si eres mujer y has estudiado arquitectura, eres arquitecta y punto. No olvidemos que también hubo quien defendió, no hace tanto, la inconveniencia de asumir presidenta o ministra y hasta jefa o abogada. Por algunos seguiríamos utilizando la ministro, la abogado, la jefe, la presidente, y así seríamos unos puristas; a cambio, podemos decir a un amigo festivalero, a unas piernas muslamen y a un candidato alcaldable.
Pongamos el ejemplo contrario: modisto, hasta hace poco no existía. La razón está muy clara: no había modistos. Los hombres que cosían eran sastres y solo confeccionaban ropa masculina. Más tarde la profesión empezó a extenderse y a nadie se le ocurriría ahora llamar modista a Balenciaga. Pues eso. ¿Qué mis compañeros periodistas hombres quieren que los llamemos “periodistos”?, por mí, sin problema, no opondré ninguna resistencia.
DEBATE E INQUINA
Considero sano y necesario el debate, pero me espanto ante la inquina con la que se ataca a lo que probablemente sea una coz al diccionario, pero que ha puesto en evidencia una profunda, visceral y absurda oposición a lo que representa el lenguaje inclusivo (cuando vocablos que, en principio, no respetaban ninguna regla, se han introducido en el diccionario, siendo algunos una patada equivalente a la ya famosa “portavoza”).
Clamar por la pureza lingüística se me figura un esfuerzo baldío, ya que todas las lenguas son producto de errores, de la transformación del lenguaje original. El castellano es “degeneración” del latín y un lenguaje feminizado sería “degeneración” de una lengua androcéntrica.
De no ser así, seguiríamos diciendo “amicis aequa ibit hora”, en lugar de “¿salimos hoy a tomar unas cañas?”, o “¿qué desea vuesa merced?”, en vez de «¿qué pasa, tronco?»
Las puyas tipo “voy a hacer un “poemo” o eres una “ignoranta” no me producen ni frío ni calor. En primer lugar, porque son ganas de enredar y ridiculizar cuando no se cuenta con argumentos más potentes, y, en el peor de los casos, porque se trata de ataques para defender un supuesto atraco a mano armada a una lengua que, perdonen que lo diga, es de todos.
Así que “dum inter homines sumus, colamus humanitatem”, dejemos que el lenguaje se adapte a los nuevos tiempos y permítasenos a los que creemos que no es un crimen hacerlo, sino muy humano, que metamos alguna vez la gamba.
No pretendo dar lecciones ni convencer a nadie. Soy una espectadora más en este proceso que evolucionará independientemente de nuestros anhelos, pero dejo este link, en el que queda explicado mucho mejor que lo haría yo, en qué consiste el lenguaje inclusivo: https://recursos.oxfamintermon.org/guia-lenguaje-no-sexista-0., porque no soy lingüista, pero sé perfectamente que, pese a lo que pregonan sus detractores, no consiste en desdoblar continuamente los masculinos, sino en crear un espacio más justo y menos violento, un lenguaje que no sea utilizado contra nadie como arma de exclusión y opresión en la sociedad. Por el contrario, el lenguaje no inclusivo puede parecer a primera vista inocente, pero implica en gran medida la invisibilidad de lo femenino y favorece que la mujer siga relegada a un segundo plano.
Me despido, señoras y caballeros, fórmula que han utilizado las gentes elegantes toda la vida, muchas de las cuales protestan ahora airadamente por un simple todos y todas.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora).