sábado, 27 abril, 2024
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Llamadme atrevida…

…pero tenía previsto presentarme como becaria de jardinería de la Casa de Alba

Llamadme atrevida, sí, pero yo, sin ser ingeniera agrícola ni tener más nociones de paisajismo que intuir que he de cambiar las macetas de sitio cuando llega el verano, para que no me las achicharre el sol, tenía previsto presentarme como becaria a las sustanciosas y atractivas plazas que ha convocado la Casa de Alba. Pero mi gozo en un pozo.

Elisa Blázquez con Killer, su perro.
Elisa Blázquez con Killer, su perro.

Ya lo sabréis. Eran dos puestos destinados a estudiantes de Ingeniería Agrícola para podar las muy aristocráticas plantas y recoger las muy ilustres hojas caídas de los jardines del muy señorial Palacio de Dueñas de la muy noble familia de Alba, durante dos escuetos meses. Eso sí, a un roñoso coste cero.

Pero he perdido la oportunidad porque, ante la avalancha de críticas y chascarrillos, el muy linajudo, a la par que actual, Duque, ha retirado la oferta y me ha dejado con un palmo de narices y las tijeras de podar, recién compradas, en la mano. ¡A ver qué rebano ahora!

Os preguntaréis el porqué de mis ansias de trabajar en la Casa de Alba. Muy sencillo, porque entre entrar de becaria/precaria en un periódico de postín pateando la calle o acudiendo a ruedas de prensa a las que los redactores más veteranos detestan ir; pelar patatas y escaldar cebollinos en la cocina de un chef de moda; hacer fotocopias en un despacho profesional; sorber pipetas en un laboratorio de investigación o cortar los augustos setos del magnánimo Señor Duque, me quedo con lo último, que por lo menos es al aire libre y además ni me van a flagelar ni piden derecho de pernada. Quizás hasta regalaban un par de entradas para visitar el palacete.


Los ricos también lloran, pero sus lágrimas resbalan por el cemento armado de sus caras.


Una pena la anulación, porque yo estaba entusiasmada y dispuesta a falsificar mi currículo con tal de acceder al destino. ¡No me digáis que no sería maravilloso! Ya me veía transportada a la Edad Media pero con otro nombre; antes era el de siervo, ahora el de becario, pero el trabajo es el mismo, a poco que al precario de turno le exijan además un diezmo por el honor de tocar los distinguidos parterres palaciegos, un orgasmo continuado, ya lo creo. Lo ha dicho la propia subdirectora de Prácticas de Empresas de la Universidad de Sevilla, Yolanda Mena, que cree que la “experiencia laboral” de regar los majestuosos arriates de la blasonada mansión de los Alba es “más importante que el hecho de que dichas prácticas sean, o no, remuneradas”. Muy fan.

SON RICOS PERO NO TONTOS

Y es que estos Fitz-James Stuart y Silva, Alba para los amigos, son ricos, pero no tontos. Lo decía mi madre cuando se refería a los pudientes de su pueblo: “Cómo no van a ser ricos si no gastan ni una perra. Siempre de gorra. ¡Así cualquiera hace un capital!”.

De manera que el Duque de Alba, que ya es acaudalado de familia, y por tanto debe de venir con el ADN del “qué pague otro” incrustado en el pedigrí, pero de cándido no tiene un pelo, se ha echado para atrás y dice que sí, que pensaban dotar la filantrópica beca con alguna dádiva, pero que no lo han aireado porque ese era un tema privado a tratar con el esclavo elegido, perdón con el becario quería decir. O sea que lo de coste cero debe de ser un error del escriba que redactó la propuesta (estos plebeyos siempre tan poco diligentes).

La autora, invitada por Cayetana en el Palacio de Liria, donde osó plantar una bandera (virtual) republicana.
La autora, invitada por Cayetana en el Palacio de Liria, donde osó plantar una bandera (virtual) republicana.

Han sido avispados ya desde los tiempos de su antepasado Don Fadrique y han sabido sacar provecho de todo. Por ejemplo de las fincas llamadas Cabra Alta y Cabra Baja, ubicadas en Extremadura.

La Junta extremeña, bajo el mandato del presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra, allá por los años 90, quiso comprarlas para los jornaleros que las labraban incluso antes de que los Alba participaran en la conquista de Toledo, y aplicar aquello que gritó Emiliano Zapata: “La tierra para quien la trabaja”.

Doscientos millones de pesetas le ofrecieron a la Duquesa, a la que, entre sevillana y sevillana o marido y marido (no sé bien), le pareció poco. Así que el Gobierno Regional se embarcó en una expropiación que dio mucho jugo y juego a la prensa. Se produjo un encarnizado enfrentamiento en los tribunales, y al final se consiguieron las fincas, no por los 200 que quería Ibarra, sino por los casi 400 (eran pesetas, una ganga) que exigía Cayetana. Ahí saltó el entonces diputado autonómico extremeño Isidoro Hernández Sito, que, con aquel vozarrón suyo que parecía provenir del averno, sentenció una frase que a mí me quedó grabada: “¿Para qué vamos a expropiar unas tierras tan malas que hasta los lagartos pasean por allí con cantimplora?”.

Cayetana y Alfonso vistos por Elisa Blázquez.
Cayetana y Alfonso vistos por Elisa Blázquez.

Hoy, muchos años después, aquella expropiación parece ser que no solventó más problema que el de proporcionarle cash a la propietaria y a su marido Jesús Aguirre.

Y es que, como afirmaba el mítico culebrón mejicano, “los ricos también lloran”.

Puede que sí, pero sus lágrimas resbalan, sin dejar marca, por el cemento armado de sus caras.

(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora).

SOBRE LA AUTORA Y SUS ACTIVIDADES

Una colaboradora muy especial

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