Acuso por insolidarias a esas mujeres que cuando llegan a la cumbre se olvidan del camino recorrido, y lo que es peor, se olvidan de las que quedaron atrás, despreciando de propina a las que a lo largo de la historia han luchado para que ellas pudieran alcanzar esa cumbre. Desde su nube miran con condescendencia a las mortales comunes, argumentando que han llegado donde están, sin ayuda de nadie, por lo mucho que valen y, rematando, en el colmo de la ignorancia, con tanta rotundidad como desconocimiento la repetida y ridícula frase: “Yo no soy machista ni feminista”. ¡Uff, yo, es oírla y entrarme urticaria!
Viene esto a cuento de la última que se ha apuntado al carro del “ni michismi ni fiminismi”, la cantante Bebe, que se dio a conocer, precisamente, entonando lo que casi fue un himno contra el maltrato, recordáis?
Malo, malo, malo eres,
no se pega a las mujeres…
Confieso que me ha costado ponerme a escribir sobre el asunto. Me duele afear la conducta de mis congéneres, porque no son ellas las que disparatan, habla por su boca el patriarcado que nos tiene atrapados a todos y a todas, y que nos convierte, como decía Simone de Bouvoir, en cómplices necesarios y activos del opresor. Pero unas son más cómplices que otras y Bebe o Cayetana Álvarez de Toledo o Cristina Seguí o Rocío Monasterio están en su derecho de explayarse con todas las incongruencias o payasadas que les vengan en gana, pero, al menos, deberían agradecer que si tienen la oportunidad y el altavoz para ser escuchadas es porque otras muchas mujeres valientes no pensaron como ellas y han luchado para que ahora Bebe pueda asegurar tan tranquila que “las mujeres pierden mucho el tiempo con el feminismo”.
Me duele afear la conducta de mis congéneres, porque no son ellas las que disparatan; habla por su boca el patriarcado.
¿Y saben qué? que si Hipatia de Alejandría, Sor Juana Inés de la Cruz, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Sojourner Truth, Rosa Luxemburgo, Emmeline Pankhurst y tantas más, que por falta de espacio no puedo relacionar aquí, escucharan a Bebe se revolverían en sus tumbas, pero no de ira legítima, si no de satisfacción, con la alegría de saber que no habían perdido su tiempo, que lo han ENTREGADO para que las mujeres puedan tomar la palabra, aunque algunas usen esa voz para entonar cánticos de alabanza al patriarcado que nos quiere calladas, sumisas y lo más grave, convencidas.
UN CONSEJO Y UN EJEMPLO
Para esas y esos, que afirman que las feministas de antes son las que valen y no las de ahora, que son todas unas locas radicales (sin tener ni idea de lo que significa ser feminista radical), aquí van un consejo y un ejemplo: el consejo, que lean por favor, que no cuesta nada y es cosa muy sana, porque disertar, como lo ha hecho Bebe, y además en un foro público, son ganas de hacer reflexiones de todo a un euro, o Cayetana, de la que no dudo, tendrá varios master de verdad, pero le falta comprensión lectora (y mucha empatía), porque si a su edad no sabe distinguir entre lo que es una relación consentida y una violación, es que su inteligencia tiene la profundidad de un charco. Y si leen un poco sobre los fundamentos y evolución del feminismo es más que probable que se avergüencen de sus propias palabras.
Bebe, por favor, cambia la letra de la canción que te hizo famosa, por otra que te vaya mejor, como «Mala, mala, mala, eres, no se menosprecia a las mujeres”.
Y una historia a modo de ejemplo para los que denigran a las de ahora, convencidos (de boquiqui, claro), que las feministas de antes eran dulces damiselas que pedían los derechos por favor y sin ofender a nadie. Una sola, aunque hay muchas más, la de Emily Davison. En 1913 las carreras de caballos de Epson eran lo más chic del Reino Unido. Emily en vez de ir allí a presumir y a epatar con su sombrero, como correspondía una señora bien de la alta sociedad, fue y se arrojó delante del caballo del rey Jorge V, que le pasó por encima a gran velocidad, causándole heridas a consecuencia de las que murió días después. Se inmoló, ENTREGÓ su vida para conseguir el voto que le estaba prohibido al género femenino. Fue tachada de terrorista, amargada, histérica y toda la retahila con la que se intenta desprestigiar a las luchadoras, les faltó el feminazi, tan recurrente, pero porque todavía no se había inventado.
En fin, que hay mucha literatura y mucha historia donde nutrirse para hablar con sentido y propiedad, sin soltar las perlas que derrochan algunas, porque a más abundamiento, la otrora abanderada contra el maltrato, además de asegurar que las feministas perdemos el tiempo, concluye que nos hacemos las víctimas, y no, no nos hacemos las víctimas, somos víctimas de un sistema que secularmente ha ninguneado nuestros valores. Pero lo que realmente somos es supervivientes.
Así que llámame boba, Bebe, pero por favor, tú a lo tuyo, que es la música, y cambia la letra de la canción que te hizo famosa por otra que te vaya mejor:
Mala, mala, mala, eres,
no se menosprecia a las mujeres…
Y si no quieres ser feminista, no lo seas, pero no estorbes.
(Elisa Blázquez Zarcero es periodista y escritora. Su último libro publicado es la novela La mujer que se casó consigo misma. Diputación de Badajoz).