viernes, 26 abril, 2024
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Heráclito adversus Parménides

El peligro vuelve a acecharnos: cuanto fue y no quisimos, cuanto dañó nuestra libertad y erosionó nuestra paciencia, acaba de descerrajar la puerta y habilitar nuestras estancias

Salamanca.-

A veces es más fácil suponer que todo va bien antes que enfrentarse a la realidad diamantina, y no por su alto valor en el mercado, sino por su dureza. Quizás por eso repetimos nuestros movimientos, nuestras expresiones inválidas, algunas decisiones sin pompa [simplemente postizas], nuestros rituales diarios e incluso el tono de voz con que anunciamos resoluciones y futuros. ¿Acaso esperamos que el cómodo ritmo de lo conocido, lo que fuimos y ya no somos, detenga a la adversidad un poco más? Que todo vuelva a la normalidad como si el tifón no se hubiera llevado consigo las paredes y los muebles de nuestra casa, donde supusimos existir en bonanza y amparo ciudadano, tan acomodados como hace más de veinte años, tan confiados.

Gregorio González Perlado
Gregorio González Perlado

Creídos en la normalidad, limpios y aseados, disimulamos. Quizás esto sea lo único en lo que nunca maduramos.

“En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”, escribió Heráclito, un aforismo teosófico que hemos trasladado a nuestro vulgar entendimiento con una traducción gráfica y popular: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Habríamos de leer con frecuencia los textos del filósofo griego, asumir que “el fundamento de todo está en el cambio”. Pues que todo se transforma, en un proceso continuo. Ahora, sin embargo, hemos sustituido en nuestros anaqueles los aforismos del sabio de Éfeso por las moralejas épicas del presocrático Parménides: “El Ente es uno e inmóvil, permanece en su lugar, en sí mismo y por sí mismo, compelido por la necesidad, que le sujeta con fuertes lazos”. Y la necesidad, ahora, es permanecer en el lugar, estar en una habitación sin vistas.


El mundo ha cambiado en poco tiempo, se veía venir y no hemos hecho caso. Creímos a Parménides, olvidamos a Heráclito


Pero el riesgo del retorno se cierne sobre nuestra inteligencia, como el cielo sobre las cabezas de los antiguos galos. El peligro vuelve a acecharnos: cuanto fue y no quisimos, cuanto dañó nuestra libertad y erosionó nuestra paciencia con engaños y con guerras en las que nunca existió el enemigo, acaba de descerrajar la puerta y habilitar nuestras estancias al grito uno y trino, Santiago y cierra España. Quizás nos resulte posible fingir que nada cambia, para que todo permanezca. Repetir los discursos, atemperar ánimos ajenos, proseguir en nuestra senda, en sí mismos y por sí mismos. Pero ese lance ya lo hemos vivido muchos años atrás. Acordemos la experiencia, recordemos el desenlace: fueron años de ingravidez y desamparo, tiempos de congoja a los que fuimos remolcados por nuestra propia responsabilidad, porque -acaso como hasta ahora- supusimos que nada iba a cambiar. Pero todo se transforma, porque “el fundamento de todo está en el cambio”.

SOMOS Y NO SOMOS

En los mismos actos, en las mismas circunstancias entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos. Deberíamos tenerlo como axioma y, sin embargo, anclamos estructuras, reforzamos pilares, reinstalamos mobiliarios similares y, tras una sólida mano de pintura a las fachadas -de un color exacto al que existía-, procedemos a reabrir nuestras casas como si realmente nada hubiera sucedido desde ayer. Trajeados, limpios y elegantes, disimulamos. Nuestras expresiones lo delatan.

Y no somos los mismos. Y cuantos se nos acercan o cuantos nos observan desde la distancia, tampoco. El mundo ha cambiado en poco tiempo, se veía venir y no hemos hecho caso. Creímos a Parménides, olvidamos a Heráclito.


¿Qué esperan de nosotros los que nos observan desde la distancia, o los desposeídos que, más lejanos aún, saben de nuestros nombres aunque nunca les hayamos visitado?


Pero si a toda acción sucede una reacción -igual, aunque en sentido contrario-, reaccionemos. Vivimos en un mundo en crisis para el que no teníamos repuesto, ni discursos, ni palabras hueras, porque hemos estado uncidos por la necesidad de la permanencia, que nos sujeta con fuertes lazos.

Por lo que fuimos y por lo que hemos de ser, reaccionemos. ¿Qué esperan de nosotros los que nos observan desde la distancia, o los desposeídos que, más lejanos aún, saben de nuestros nombres aunque nunca les hayamos visitado? Tengo la certeza de que en la respuesta a esta interrogante se encuentra la salida del laberinto. ¿Qué aguarda de nosotros el migrante derrotado moralmente, despatriado y sin cobijo; qué nos pide el hombre en paro, qué espera el sin papeles, qué la mujer desahuciada, qué la pequeña empresa familiar que ha cerrado sus puertas, sin consuelo ni apoyo oficial? La respuesta no está en el viento, sino en vosotros mismos, poderosos: demostrad que administráis y no que gobernáis. Que sois y no que estáis. Que expandís y no que contraéis. Al cabo, y como diría el ser noble y llano de esta tierra, que vais delante de los caballos, y no detrás.

(Gregorio González Perlado es periodista y escritor).

SOBRE EL AUTOR

Gregorio González Perlado, un gran periodista y poeta, se incorpora al equipo

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