El veterano historiador y catedrático Ricardo Zafrilla Tobarra denuncia en esta entrevista, con los datos en la mano, la ilegalidad del Tratado de Utrecht por el que España perdió Gibraltar, y afirma que ya es hora de que nuestro país haga lo necesario para recuperar esta parte del suelo nacional y poner fin a este inadmisible anacronismo –la existencia de una colonia británica en suelo español, en plena Unión Europea- a estas alturas del siglo XXI. En su opinión –y en la de tantos españoles- Gibraltar debe seguir cuanto antes el camino que siguieron Hong Kong y Macao, colonias británica y portuguesa, respectivamente, devueltas a China en 1997 y 1999.
Ricardo Zafrilla lo califica como un chanchullo histórico y afirma rotundamente que el Tratado de Utrecht es nulo de pleno derecho. Este veterano historiador y profesor está dispuesto incluso a defender personalmente el derecho de España a recuperar Gibraltar, dando, si fuese necesario, hasta la última gota de su sangre, como hidalgo y exmilitar español que es, para que esta injusticia histórica y este anacronismo que mutila el suelo nacional deje de existir.
El Tratado de Utrecht fue un atraco a mano armada.
Nuestro colaborador, sargento efectivo del Arma de Caballería, doctor en Historia, catedrático e hidalgo de España, explica en esta entrevista este dislate histórico.
PREGUNTA.- ¿Cómo pudo ocurrir lo que usted llama el chanchullo de Utrecht?
RESPUESTA.- El 13 de julio de 1713, hace ya trescientos cuatro años, se produjo el mal llamado Tratado de Utrech, pues realmente fue un robo, un atraco, un engaño de unos avispados países europeos integrados en La Alianza de la Haya, Inglaterra, Austria y Holanda (las Provincias Unidas) para repartirse el patrimonio español en Europa. Esos países deberían recordar que «la mayor de las debilidades es ser fuerte con los débiles». Y España era débil en aquel momento, tanto por las circunstancias del moribundo e inútil último Austria, Carlos II, como por haber sido dirigida por políticos mediocres –cuando no ineptos y corruptos- especialmente en la segunda mitad del siglo XVII, tras el Tratado de Westfalia de 1648.
Quevedo lo denunció con «un par», y así le fue, traicionado una y otra vez, y de mazmorra en mazmorra, pese a su condición de Caballero de la Orden de Santiago. Igualmente, el Conde Duque de Olivares fue más dañado por sus propios compañeros de la nobleza que por el pueblo, pero de ello hablaremos en otra ocasión; hoy no toca.
P.- ¿Por qué dice usted que el Tratado de Utrecht es nulo?
R.- Cuando un tratado es impuesto por las artimañas de la coacción, la amenaza de guerra y la asociación con fin de robo y expolio, debe ser nulo de pleno derecho. Y así lo es este nefasto y traidor Tratado de Utrecht, consumado con la colaboración, entre otros, de una débil y desgraciada dinastía, la de los Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y, en este caso, el incapaz monarca Carlos II) y de políticos mediocres y corruptos. ¿Hay alguna similitud entre aquel siglo XVII y el actual siglo XXI?, podemos preguntarnos. Y puedo responder con otra pregunta: ¿Valdría un tratado con ETA firmado bajo la amenaza de una pistola en la nuca? Pues la situación es similar: se amenazaba a España, como así fue, con la fuerza de las armas.
P.- ¿Cuál fue el papel de aquel rey Carlos II al que usted critica tan duramente?
R.- Carlos II pacta la sucesión con Luis XIV, después se arrepiente y pacta con el pretendiente austríaco, a lo que Francia amenaza con la guerra, y se retrotrae otra vez a los dictados del francés. La respuesta de las potencias firmantes de la Alianza de la Haya es la declaración de guerra que finalizará, no por éxitos militares, sino por las circunstancias políticas de Austria que, de seguir apoyando esa candidatura equivaldría a «resucitar políticamente a Carlos V», por decirlo de alguna manera, con, otra vez, un vasto imperio español y austríaco, lo que podía suponer la ruptura del equilibrio europeo acordado en Westfalia, tantas veces pactado y roto a lo largo de la historia europea.
PACTO SECRETO
P.- ¿Es cierto que hubo un pacto secreto previo a Utrecht?
R.- Desde luego. El Tratado de Utrech se firma en 1713, pero quince años antes (1698) se realiza un tratado secreto donde consta por escrito que, siendo inminente el fallecimiento del rey de España y para evitar guerras entre los países europeos pretendientes a degustar el «pastel español», se llega al acuerdo de distribuir la suculenta herencia española europea. Y tras la redacción del anteproyecto de Tratado se hace constar al final una cláusula secreta donde figura, con pelos y señales, que, para evitar derramamiento de sangre, los países firmantes acuerdan el reparto de las posesiones españolas en Europa.
El Brexit es una buena ocasión para replantear la vuelta de Gibraltar a España.
P.- ¿Incluían esos acuerdos zonas del propio territorio peninsular?
R.- Por supuesto. La prepotencia y el odio inglés, francés, holandés y austríaco hacia España llegan a la osadía de indicar expresamente hasta los territorios peninsulares españoles que pasarían a Francia, mencionándose en el documento secreto la denominación de las Vascongadas e incluyendo a Navarra, que desde 1512 el rey Fernando el Católico había anexionado pacífica y diplomáticamente a la Corona Hispánica.
P.- ¿Y Cataluña, tan de actualidad estos días?
R.- El reparto de Cataluña lo vieron fácil, pues cincuenta años antes ésta se sometió voluntariamente en vasallaje a Luis XIII de Francia, por la cobardía de no querer participar con los ejércitos castellanos en la Unión de Armas (reinado de Felipe IV). Desde entonces, y la dichosa guerra de sucesión, se alimentan estos deseos de independencia camuflados con la -póngalo en mayúsculas, por favor- SUCESIÓN, QUE NO SECESIÓN.
REY, NO DUEÑO
P.- Aquellos reyes actuaban como si fuesen los dueños de sus reinos, ¿no es cierto?
R.- ¿Pero dónde figura en el testamento de Adán que el rey designa a su sucesor por ser dueño y señor del Estado? El rey no es el propietario del Estado, por lo que no hay más interpretación de su poder que la de que la monarquía debe ser parlamentaria. Debe recordarse que, unos años antes, en Inglaterra, Cromwell, en nombre de la democracia, le corta el cuello al rey Carlos I Estuardo.
Gibraltar debe seguir cuanto antes el camino de Hong Kong y Macao, devueltas a China a finales del siglo XX.
P.- ¿El final del linaje de los Austrias en España no dejó otras opciones?
R.- Había otras opciones, desde luego. En la Corona de Aragón ya teníamos nuestros propios antecedentes históricos y políticos pues, a la muerte del rey Martín I el Humano, fallecido sin descendencia, por el Compromiso de Caspe de 1412 –póngalo también en mayúsculas, por favor, porque es muy significativo- SE ELIGÍÓ como rey a un castellano, Don Fernando de Antequera, llamado así por su gesta en la reconquista de esta plaza. De modo que, finalizada la dinastía austríaca española, se podría haber elegido un monarca español y no haber aceptado las debilidades de un rey moribundo e inútil, junto con las avaricias de unos países europeos que, además de odiarnos en esas fechas, andaban hambrientos por devorar la tarta española europea, incluido Gibraltar. Y es que en Europa no nos dejaron nada; insisto, nada.
P.- Fue algo tráfico, pero también tuvo tintes bufos, ¿no cree usted?
R.- Así fue. Como el último rey español de la dinastía de los Austrias no tenía descendencia, el humor castizo le hizo la siguiente copla a María Luisa de Orleans:
«Parid, bella flor de lis,
que, en aflicción tan extraña,
si parís,
parís a España,
si no parís, a París».
P.- Y así llegaron los Borbones a España.
R.- Así. Por la presión francesa de Luis XIV, el moribundo rey Carlos II dejó escrito lo siguiente: «…mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos (…) le reconozcan por su rey», refiriéndose al sucesor que nombraba, esto es, al francés, nieto de Luis XIV, el Duque de Anjou, que subiría al trono español con el nombre de Felipe V. Me gustaría recordar a todos los españoles, entre los que incluyo a S.M. el rey Felipe VI, que ya dejamos de ser súbditos para pasar a ser ciudadanos, tras el fallecimiento de su nefasto, antipatriota y cruel antecesor, Fernando VII, gracias al restablecimiento de las Cortes de Cádiz.
P.- ¿Por qué dice eso?
R.- Porque en gran parte de nuestra historia las monarquías han considerado al Estado y a sus territorios desde el concepto patrimonial de propiedad, que nos condujo a demasiadas guerras civiles, desde el también nefasto, como político, Alfonso X el Sabio, pues desde los antiguos clásicos «el rey administra la república al dirigir su funcionamiento, pero jamás ésta es su propiedad personal y ni siquiera dinástica». De ahí que tengamos hoy una monarquía parlamentaria. Y esta obliga a V.M. a la defensa patria en todas sus acepciones y sin excepciones.
FELIPE VI Y GIBRALTAR
P.- ¿Se refiere al rey actual, a Felipe VI?
R.- Naturalmente. Su viaje a Inglaterra de este verano ha tenido éxito protocolario pero no político ni diplomático, pues hasta en su discurso pasó de puntillas, con una tímida alusión, al atraco a mano armada del Tratado de Utrech, con la amputación de una parte de nuestro territorio que tanto me duele y nos debe de doler a todos los españoles. Decir «¡Gibraltar español!» no es cosa de la derecha o de falangistas, sino de todo patriota de bien.
P.- ¿Y qué le diría usted al rey al respecto?
R.- Pues le diría exactamente esto: Majestad, pasaríais a los anales de la historia si con un buen grupo de expertos -mejor no políticos, son muy mediocres- lográis que se ponga fin al robo de Gibraltar y se nos devuelva de una vez. Seguro que la monarquía no volvería a ser cuestionada, sino que sería alabada por todos. Os recuerdo que las Naciones Unidas presionaron a Londres, hace ya más de cuarenta años, para que diese fin a la situación colonial y entrase en negociaciones con Madrid. Las dificultades no deben arredraros sino, por el contrario enardeceros, como a todo buen soldado. Y en esto contaría con el total apoyo de todos los españoles de bien.
P.- ¿Y usted, personalmente, qué estaría dispuesto a hacer?
R.- Si Su Majestad el Rey o España me necesitan, pese a mi condición de avanzada edad septuagenaria, no dudaría en proceder en su defensa, dando hasta la última gota de mi sangre si fuese necesario, conforme al juramento a mi bandera, renovado en los tres Ejércitos.
Nos despedimos de nuestro valiente historiador y colaborador de PROPRONEWS, haciendo votos por que España recupere cuanto antes Gibraltar por la vía diplomática, y sin necesidad de ningún enfrentamiento.
(Ricardo Zafrilla Tobarra es Doctor en Historia, Catedrático de Geografía e Historia, Hidalgo de España y escritor).
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