viernes, 19 abril, 2024
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El nuevo mapa emocional del mundo que nos dibuja la epidemia

Me preocupa el uso del miedo por parte de gobiernos y poderes fácticos para reforzar su autoridad

Ya empezamos a vislumbrar, además de los efectos sanitarios, los efectos económicos, sociales, laborales o tecnológicos del coronavirus. Pero quizá la mayor afectación planetaria sea la emocional, es decir, la transformación del estado de ánimo en el que vivíamos y la configuración de uno nuevo. Veamos cómo empieza a dibujarse el nuevo estado emocional del mundo y cómo va a influir en los equilibrios globales de poder entre países.

Juan Carlos Casco Casco
Juan Carlos Casco Casco

Del estado emocional resultante del coronavirus y su configuración planetaria, va a depender el futuro de la humanidad y la recuperación de la confianza. Los expertos saben que la economía y su afectación a todas las facetas de la vida, es un estado de ánimo movido por el nivel de confianza de las empresas y los consumidores. Una crisis económica no deja de ser un sentimiento de desconfianza que la gente tiene en torno a lo que va a ocurrir en el futuro, y ello condiciona sus decisiones (propensiones) de comprar, vender, viajar, ahorrar, estudiar, etc.

Pese a la literatura barata que se despacha sobre las emociones y los estados de ánimo, cuyo consumo va a experimentar un pico siguiendo la curva del coronavirus, los estados de ánimo fundamentales de un individuo, de una comunidad entera o de un país son dos: “en lo que está ocurriendo veo posibilidades para mí” o “en lo que está ocurriendo no veo posibilidades para mí”. Si bien, cada uno tiene un abanico y una graduación que puede ir desde la serenidad-euforia en el primero, hasta la aceptación-pánico en el otro. Pero todos nacen de la evaluación subjetiva que hacemos de las circunstancias que ocurren.


Del estado emocional resultante del coronavirus y su configuración planetaria, va a depender el futuro de la humanidad y la recuperación de la confianza.


El estado de ánimo de los seres humanos, depende, por tanto, de una simple interpretación de lo que acontece, es una cuestión cultural influenciada por las gafas con las que miramos al mundo. Ante un mismo hecho, una persona que pertenece a una cultura puede interpretarlo como una amenaza y otra puede hacerlo en clave de oportunidad; una puede quedar resignada y paralizada, mientras que la otra puede tomar una actitud decidida y proactiva.

La afectación emocional del mundo ante el coronavirus es diferente y cultural: el hecho de la muerte tiene un efecto distinto en oriente y occidente, las prioridades ante la crisis en los países de tradición católica ponderan más la vida, frente a los protestantes que lo hacen sobre la economía, mientras que para los países pobres y en desarrollo la principal preocupación es cómo satisfacer sus necesidades básicas (“coronahambre”).

En este momento, con más de 4.000 millones de personas confinadas en sus hogares, la capacidad para manejar las emociones y crear estados de ánimo por parte del poder es muy alta. De hecho, el aislamiento social está contribuyendo a crear un sentimiento global de miedo y desconfianza hacia el futuro, desde donde se modela un estado de ánimo colectivo que se traduce en un pensamiento mayoritario: “no veo posibilidades de futuro “, “mi mundo se ha muerto”.

EL USO DEL MIEDO

En estas circunstancias, me preocupa especialmente el uso del miedo por parte de algunos gobiernos y de los poderes fácticos como instrumento para reforzar su autoridad.


Los estados de ánimo fundamentales son dos: “en lo que está ocurriendo veo posibilidades para mí” o “en lo que está ocurriendo no veo posibilidades para mí”.


Como decía Emerson, el miedo es el elemento que más batallas ha ganado al ser humano a lo largo de la historia. Y todos sabemos que el manejo del miedo es el instrumento más eficaz para manipular a la gente, y esto se está traduciendo en un lenguaje bélico y peligroso por parte de los gobernantes. ¡Cuidado! Estamos ante una crisis sanitaria, pero no estamos en una guerra.

Los gobernantes no pueden utilizar de manera premeditada una escalada verbal sacada de la escenografía de los conflictos bélicos, para teatralizar diariamente una liturgia copiada de las situaciones de una guerra, con sus partes diarios de batallas, desastres y muertos. Y si lo hacen, tienen que ser coherentes y comprometidos, declarando el “estado de guerra permanente” contra el hambre, las enfermedades y las miserias en sus países y el mundo, porque cada año mueren decenas de millones de personas por hambre, decenas de millones por enfermedades infecciosas evitables, decenas de millones por obesidad, millones por accidentes de tráfico, millones por suicidios… Todas ellas, muertes evitables. ¿Cuando anuncien la victoria contra el coronavirus, declararán el estado de excepción para combatir a estos enemigos, de una jerarquía igual o mayor, que afligen al mundo? ¿Declararán la guerra a estos enemigos y lo harán con la misma diligencia?

Actúen con buen tino y sean coherentes, de lo contrario tendremos que acusarles de manipuladores. En el mundo actual necesitamos líderes de verdad, no farsantes. Tengan mucho cuidado, no somos tontos, les estamos vigilando.


Con más de 4.000 millones de personas confinadas en sus hogares, la capacidad para manejar las emociones y crear estados de ánimo por parte del poder es muy alta.


Es evidente que el mayor contagio planetario y afectación que ha producido el coronavirus es el miedo, el mapa mundial del miedo está en máximos históricos tras los grandes conflictos del siglo XX, lo que se traduce en sociedades más maleables y manipulables, donde los extremismos pueden encontrar un campo fértil.

Pero el miedo también tiene su lado positivo, al activar los mecanismos de supervivencia de la especie. El “miedo bueno” tiene la fuerza para unir a la gente en los buenos propósitos, puede ser una buena vacuna contra la arrogancia o la envidia a escala planetaria. Los efectos del miedo, como los de las drogas, dependen de su dosis, la cuestión es si la concentración actual es la óptima para unirnos e iniciar una nueva andadura, o, por el contrario, a quienes nos lo están inoculando se les está yendo la mano o se están quedando cortos.

El dilema es si de la enfermedad del miedo de la que se ha contagiado la mayor parte de la humanidad, desarrollaremos anticuerpos y quedaremos inmunizados contra el egoísmo y la injusticia.

Los gobiernos pueden usar la Covid para llevarnos por un carril no democrático. J.M. PAGADOR
Los gobiernos pueden usar la Covid para llevarnos por un carril no democrático. J.M. PAGADOR

En todo caso, el mapa global de los estados de ánimo en el mundo ha cambiado. Los países que se sentían fuertes e indestructibles como Estados Unidos o Inglaterra están afligidos y apeados de sus delirios de grandeza. China emerge emocionalmente como la más fuerte. Los magnates del petróleo se tambalean. Rusia observa expectante. La Unión Europea declina y se desangra lentamente. Latinoamérica contiene la respiración para no precipitarse hacia la extrema pobreza. África sueña con dos comidas al día mientras “se ríe” del coronavirus y tiembla con el “coronahambre” … Toda una coctelera que configura un mapa emocional y una reordenación del mundo, con sus ganadores, perdedores y un nuevo escenario geopolítico, como resultado de su reconfiguración  emocional.

¿Y, mientras tanto, qué podemos hacer nosotros como individuos? Yo, al menos, me esfuerzo para ser dueño de mi miedo e intentar gobernarlo. Confieso que no me está resultando fácil.

Adelante!!!

(Juan Carlos Casco Casco es un reputado experto y consultor en Prospectiva, Educación y Emprendimiento, de prestigio internacional y actividad en España y en diferentes países de Europa y Latinoamérica).

SOBRE EL AUTOR

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