sábado, 27 abril, 2024
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Primera y gran novela de Francisco Suárez, uno de los principales hombres de teatro de España

“El mar de Tánger” es una exitosa incursión en la narrativa de este reconocido dramaturgo y director teatral

Francisco Suárez Montaño es un creador español reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras por su ingente labor teatral a lo largo de los últimos cincuenta años, en los que ha puesto en escena cerca de medio centenar de montajes, siempre con un éxito notable. Dramaturgo, productor y director teatral de renombre, Francisco Suárez acaba de dar el salto a la narrativa, con una espléndida novela, “Mar de Tánger”, que acaba de publicar la Editora Regional de Extremadura y con la que pasado mañana empieza la gira de presentaciones por toda España. Después de este feliz descubrimiento, el mundo español de la cultura espera nuevas incursiones del autor en la narrativa, además de la continuación de su exitosa carrera teatral.

Madrid.-

El próximo día 11 de noviembre a las 18.00 horas se presentará en Badajoz el libro de Francisco Suárez El mar de Tánger, editado por La Editorial Regional de Extremadura, en la Biblioteca de Extremadura, una novela espléndida que acredita el dominio literario del autor más allá del teatro. De este modo empieza la gira de presentaciones de la obra, que posteriormente la llevará a Sevilla, Madrid o Barcelona.

Sobre El mar de Tánger han escrito el escritor José Antonio Illanes y el escritor y periodista Manuel Tirado los textos que reproducimos a continuación.

EL PERSONAJE MÁS AMADO

“Los personajes de El mar de Tánger conforman un llamativo bestiario de perdedores. Condenados a la derrota menos el más amado por Suárez, el que recaló en las páginas de su novela con el estigma de la infelicidad, predestinado a la aburrida complacencia y sentenciado a la triste contención perpetua, pero Suárez, experto en sigilos y alborotos, no va a dejarlo hundirse en la resignación apocada ni en la penuria de las claudicaciones.

Suárez, que es un espíritu peregrino, rebelde e irredento, hace lo imposible por salvarlo del destino que lleva marcado en su alma. El lector dirá si lo consigue o no. Él solo cumple con su conciencia. A los demás los deja fluir hacia la fatalidad, impasible, como si fueran ajenos a su pluma y los viera vagar entre sombras, como perros vagabundos. A unos los amará y a otros los odiará, pero él, curtido en abrazos y abandonos, asume su papel y los dejará vivir como el que sabe que Paris disparará su flecha contra Aquiles y no lo impide.


La novela inicia el día 11 en Badajoz una gira de presentaciones que seguirán en Sevilla, Madrid o Barcelona.


¿Y cómo lo ayuda a vencer un sino implacable? Se apoya en su debilidad, en la flaqueza cardinal de su protagonista: en el deseo. Si el deseo envenena tu sangre para perderte, usa su ponzoña para inmunizarte y si un vendaval azota tu nave haciéndola zozobrar, despliega las velas hasta recalar en una playa de arena blanca. La renuncia no existe para su personaje más amado en esta obra singularísima.

Casi todos los personajes de El mar de Tánger están aquejados de esa excitación venérea, incontrolable, llamada deseo que les hierve la sangre, domina sus vi- das, tuerce sus voluntades, inmola sus principios y amenaza con perderlos. El autor no se olvida de ninguno pues a todos ellos los ha engendrado, pero no va más allá de la piedad o de la congoja cuando los ve perdidos. Sin embargo, por este personaje amado siente una tremenda debilidad. Se la juega. Se atrinchera con él, apuesta por su utopía y arriesga con ello la fortuna de su novela. Suárez sabe que las utopías acaban en tragedia, pero no le importa. O el mar o la nada.

Évora, por cuyas calles empedradas transitan contagiados por el deseo sus habitantes, es algo más que una frontera física. Évora es la delgada línea divisoria entre lo real y lo imaginario, entre la cordura y la locura. Sus plazas, sus mentideros -nichos de comadreos de casino, de botica, confesionario y sacris- tía-, rezuman la podredumbre grisácea de una época prescindible y de un pueblo sometido a la sinrazón salazarista. Évora, huele a libros quemados, a sudor, a honores añejos, a jazmín podrido, a esquela de amores clandestinos y suena a paganismo vetusto, a charloteo de mesa camilla y a fado melancólico en transistor de pilas. Tiene el color de la piedra inhábil, iluminada por la luz pegajosa de la luna asomada tras los viejos pinares. Sabe a golpe militar, a mochileros de sábanas, toallas y manteca cruzando La Raya, a café de puche- ro en mantel de hule, a bizcocho de canela y a infancias con cuchillos clavados en la garganta. En esta Évora donde la lujuria contamina los corazones y babosea por las paredes de las casas a la hora de la siesta, sobreviven, como pueden o los dejan, sus afanados moradores. Ninguno abjura de su pecado, al contrario, todos persisten en la fuerza delirante del deseo que los corroe, y vuelven a él como el perro vuelve a su vómito y la puerca lavada a revolcarse en su zahurda. Se cumple el proverbio. Quizá lo merezcan. Uno de ellos se lo tiene bien ganado y paga un alto precio por su pertinacia: la locura. El deseo insatisfecho infecta la razón y conduce al hombre a la privación del juicio. No puede haber mayor castigo. ¿Se venga Suárez enloqueciendo de pasión a quién aspiró a escribir su novela, y soñó con cambiar el sino de su personaje más amado? Todos ellos son producto de la brillante cordura de Suárez o tal vez deudores de la aviesa locura de ese figurón que quiso robarle su autoría. Suárez, un autor de armas tomar, tiene motivos serios para infligirle la condena que merece.

¿Puede este elenco de perdedores huir de Évora, de la pandemia que revuelve su sangre y ensucia sus corazones? Huyen, sí, pero vayan donde vayan llevarán esa lacra metida entre la junta de sus huesos. Los que huyen a Madrid, -ruedo de pistoleros y matones al servicio de la dictadura de la venganza, de soplones y gentuza a sueldo de intereses espurios- solo hallarán el mismo deseo multiplicado: más opresión, más gorras de plato, más hedor a destierro, a sangre, a pólvora, a más libertades castradas, a más sumisión y cobardía. Ese Madrid franquista está poblado de alcobas rancias sesteadas por prostitutas tristes, de volutas de tabaco negro y de coplas lastimeras en chicotes nocturnos al son de pianos desafinados. Madrid está abonado de vetos de ángeles disfrazados de toreros, de sotanas, de navajas y pistolas y de falangistas al acecho de rojos, maricones y pecados. Por todo eso, en esa ciudad florece el deseo lascivo como en ningún otro lugar del mundo. No es, desde luego, el sanatorio ideal para sanar el mal ajeno. Los pudientes, huyen a Nueva York, Londres, Río de Janeiro y Salvador de Bahía. Craso error: tampoco allí hay posible sanación. ¿Puede haber cura para el deseo que mueve al mundo? De haberla, la especie humana no existiría.

Suárez sabe que ninguno de sus personajes puede escapar a su propia naturaleza y parece conducirlos por el mundo con la esperanza de ayudarlos a controlar sus pasiones, pero ante su rebelde desvío decide echarlos, sin darle pena, a un mar proceloso con cantos de sirenas, lestrigones y cíclopes. Quizá alguno regrese a Évora, a la paz de las convenciones de una ciudad capada por la tiranía del atraso y la ignorancia. Se puede luchar contra el destino pero no contra la historia. Évora es Évora, Madrid es Madrid y el mundo es el que es. Suárez será un brillante escritor, pero no es Dios.

En El mar de Tánger el deseo va más allá de lo carnal. Sus personajes sienten un hambre insaciable, un dolor de tripas provocado por la ausencia del amor. Duele físicamente el vacío de la carne deseada, pero es un dolor consolable, se alivia con el consumo de otra aunque sea prostituida; sin embargo, el dolor causado por el deseo insatisfecho de poseer otras almas es inconsolable, enloquecedor, perenne y corrosivo; la peor manera de aquejar a un ser humano que vaga por las calles de Évora como un loco embelesado y deambulando por el mundo buscando inútilmente su consuelo.

Suárez, cuyo hábitat natural es el teatro –recala tardíamente en la novela-, maneja los hilos de este género con un arte envidiable. En ocasiones parece que sus personajes se levantaran de las páginas del libro y se subieran al escenario. Hemos dicho que el autor es un rebelde irredento: juega hábilmente con las reglas estrictas del diálogo, liberándolo con audacia de ataduras innecesarias. Hace falta maestría para abordar este reto, pero sabe que ayudará al lector a visualizar mejor su mundo. No es persona que se arredre.

Nos hace caminar por el filo de una navaja forjada con el acero de la cordura, pero amolada con la piedra de la locura. A veces, el lector tendrá la impresión de sumergirse en las páginas de una novela negra, y en otras, enfrentarse al desafío del realismo mágico, al costumbrismo decantado o al realismo decimonónico, haciéndolo dudar casi siempre del terreno que pisa. No sabrá si la historia está contada por locos o por cuerdos o si el autor es un embaucador que nos conduce intencionadamente a la trampa del equívoco o se convierte en la víctima propiciatoria del avieso personaje. El silencio, otra frontera sutil entre lo real y lo imaginario, está roto aquí por un ritmo galopante, rotundo y melodioso. En cualquier caso, merece la pena embarcarse en este relato de tintes metaliterarios cuyos renglones destilan clarísimas influencias de sus escritores más queridos.

Suárez no hace otra cosa que acompañar a su personaje amado en su viaje a Tánger, atrincherarse con él en su utopía, levantar una barricada con sus libros, alentar su sueño, incitarlo a lo prohibido y arribar luego en la playa del mar de Tánger donde encontrará el principio y el final de su aventura, lejos de Évora, de Madrid y Nueva York para amarrar la barca allí donde el amor calme la sangre y temple una vida en libertad hasta el final de sus días”. José Antonio Illanes

SALVAR O DESTRUIR UNA VIDA

Quien salva una sola vida es como si hubiera salvado a todo el mundo y quien destruye una sola vida es como si hubiera destruido a todo el mundo.

Las aguas de Tánger esperan con los brazos abiertos a la protagonista de esta novela, que acudirá al norte del sur a comprobar que en sus playas no termina el mar, sino que empieza, buscando entre los pliegues de sus olas la salvación.

Amada, la malvenida, es una joven ácida y dulce como su sangre, abandona- da a su suerte desde su nacimiento. La hija del aire, de la lluvia, del trueno y del rayo se revela a lo largo de estas páginas como un magnífico trasunto de Perséfone, la cautiva. Sin embargo, no ceja en el empeño de dejarse llevar por el viento sin perder de vista el horizonte, pero la oscuridad de un tiempo en el que las sombras secuestran a las luces, le advierte siniestra a cada paso -por voz de su celadora- que tanta libertad es mala.

Leyendo este maduro debut narrativo de Francisco Suárez se siente el golpe del cincel en la piedra, el frote de la lija dando brillo y se oye la cadencia musical de cada frase. Capítulo a capítulo, el lector queda atrapado en la precisa conexión de los acontecimientos reales con los hallazgos complementarios de la ficción. En tiempos de la Segunda República Portuguesa -el rancio Estado Novo salazarista-, la censura ideológica, la persecución paramilitar, el autoritarismo sin freno y la penitencia católica amenazan el porvenir de un conjunto de arrebatadores personajes que van y vienen, y se mudan de ciudad constantemente, huyendo de un futuro con tufo a pasado.

Por las páginas de El mar de Tánger desfilan, entre bromas y veras, una nieta del dodecafónico Arnold Schönberg, el esperpéntico Valle-Inclán, el acartona- do Millán-Astray, un familiar de Hemingway, la santa Evita Perón, la emperlada Carmen Polo, la faraónica Lola Flores, un sobrino de Lorca, el salvavidas Sousa Mendes, el vividor Paco Rabal y sendos homenajes a Günter Grass y a Bolaño. Juntos o revueltos con los verdaderos actores principales del asunto, los miembros de una disfuncional familia lusa y sus más íntimos allegados.

Con Évora como epicentro, Amada y sus deudos se mueven, por necesidad o por interés, a uno y otro lado de La Raya extremeña, transitando por el Madrid de Chicote, Lhardy y Pasapoga; la Estoril refugio de monarcas y dictadores o la Olivenza reconquistada pero añorante, llegando hasta Nueva York, Ballon y Londres, por el norte, y Salvador de Bahía y Río de Janeiro, por el sur.

Haciendo un uso honesto y magistral de la intertextualidad y dando una lección de metaliteratura, el autor se afana en justificar que sin aliento, instinto y asombro no hay arte. Aunque el argumento importa, y mucho, deja meridianamente claro que la tensión está en el lenguaje, vetusto y flamante a un tiempo, y no en la trama. Con todo, sobre el viaje de Amada planea omnipresente la sombra poderosa de Suárez, pues toda novela no es sino una realidad encubierta, sutil amalgama de lo vivido y lo soñado”. Manuel Tirado

El dramaturgo, director teatral y novelista Francisco Suárez.
El dramaturgo, director teatral y novelista Francisco Suárez.

FRANCISCO SUÁREZ

Nace en 1948 en Santa Marta de los Barros (Badajoz) en el seno de una familia de gitanos herreros y tratantes. Entre 1966/1971 estudios de dirección teatral en Barcelona. La base de sus montajes radica en el conflicto entre la realidad y el deseo, y a la vez, en su compromiso con los perdedores. Su impronta gitana aparece en sus puestas en escenas como un puzle mágico entre la palabra, la danza y la música con un simbolismo primitivo de sugerentes apreciaciones.

De sus 42 montajes realizados entre 1976 y 2020 caben destacar: Diálogo del Amargo de Lorca, La isla de los esclavos de Marivaux, Los Persas de Esquilo, Ítaca de Félix Grande, Romancero gitano de Lorca, La comedia de las ilusiones de Corneille, Orestes en Lisboa de Blanca Suñén, Antigona de Sófocles, María Estuardo libreto para danza basado en la obra de Schiller, Romeo y Julieta de Schakespeare, Bodas de sangre de Lorca, Raquel de Vicente García de la Huerta, César y Cleopatra de G.B. Shaw, Los siete contra Tebas de Esquilo, Persecución de Félix Grande y ¡Que viva Salomón! de Diego Sánchez.

Sus puestas en escenas han sido representadas en Festivales nacionales e internacionales: Festival de Mérida, Festival de Almagro, Festival de Cáceres, Veranos de la Villa (Madrid), Temporada Alta (Gerona), Festival de las Naciones (Sofía), Teatre de la Ville (París), Festival de Nápoles, Bienal de flamenco (Sevilla) y Festival de Sitges (Barcelona). María Estuardo se estrenó en el Teatro de la Zarzuela y en el Teatro del Liceo. Más tarde viajó a Moscú, Londres, Chicago y New York, protagonizada por Maia Pliséstkaya con la Compañía Nacional de Danza.

Entre 1993/1996 y 2008/2010 fue director artístico del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Participó en la producción de la película Latchó Drom (Gatlif, 1993) ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes en Una cierta mirada.

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