Si preguntásemos a la generalidad de las personas, incluidas las más cultas y perspicaces, cuál fue el hecho o invento que separó de manera física a las clases sociales a partir de los inicios de la Baja Edad Media, muchas de ellas no sabrían qué responder. El título de este reportaje contesta, seguramente de manera sorprendente para muchos, a esta peculiar pregunta. Nada separó tanto de manera física a los de arriba de los de abajo –la riqueza de unos y la pobreza de otros como factores “naturales” de apartamiento se dan por descontadas- que el invento y la introducción de la chimenea como elemento de calefacción en la arquitectura doméstica. Para comprobarlo in situ hemos visitado en Bélgica el castillo de Lavaux Sainte-Anne, que encierra un verdadero muestrario de bellas y lujosas chimeneas.
En primer lugar hay que diferenciar el hogar de la chimenea y no confundirlos. En los lejanos tiempos de los que hablamos, el hogar era tanto el espacio de la dependencia comunal destinado a encender el fuego que servía para calentarse y para cocinar, como el fuego que se encendía en dicho lugar y que solía estar siempre prendido, sobre todo en los meses fríos. Dicho fuego se encendía directamente sobre el suelo, en una zona de losas de piedra resistente, o sobre un poyo ligeramente elevado. Sobre la zona del fuego se elevaba el tiro, para extraer los humos de la pieza, aunque en muchas viviendas no existía este y el humo salía directamente por la puerta. Generalmente, en la Alta Edad Media (siglos V al X) cada casa o residencia solo tenía un hogar, que servía tanto para el calor y la cocina de los dueños como de sus criados, todos juntos.
El hermoso castillo belga de Lavaux Sainte-Anne es un verdadero muestrario de lujosas chimeneas.
En los casos de grandes señores, propietarios de castillos, mansiones o palacios, podía haber varios hogares para el uso de las diferentes edificaciones del complejo señorial, pero la construcción doméstica que correspondía a la residencia de la familia del propietario era compartido por esta y por sus sirvientes en las mismas dependencias, alrededor del hogar.
Dice Barbara W. Tuchman, en su monumental obra Un espejo lejano (Plaza y Janés. Barcelona, 1990) -que recomiendo leer todo el mundo y especialmente a quienes nos gobiernan o tienen intención de hacerlo- que “la vida medieval (…/…) se desarrollaba de modo colectivo en cantidad infinita de grupos, órdenes, asociaciones y hermandades. Jamás el hombre estuvo menos solo. Incluso los matrimonios dormían con frecuencia con sus criados e hijos. Menos en el caso de los ermitaños y los presos, (en esa época) se desconocía el aislamiento”.
Eso venía siendo así y siguió siendo así durante aquellos siglos oscuros después de la caída de una Roma tan sofisticada incluso en los sistemas de calefacción doméstica que en la sociedad romana impidieron esta mezcolanza de nobles y patricios con siervos y esclavos, hasta los inicios de la Baja Edad Media (siglos XI al XV), cuando hace su aparición la chimenea como elemento de calefacción y con esta exclusiva finalidad.
Dice Bárbara Tuchman: “En todas las partes de la ciudadela (de Coucy, norte de Francia), había chimeneas hundidas en las paredes. Estas chimeneas tan distintas de los agujeros en el techo, eran un progreso técnico del siglo XI. Como permitían que se caldeasen los aposentos, sacaron a caballeros y damas de la sala común en que todos se reunían para comer y calentarse, y separaron a los señores de los sirvientes. Ningún invento aportó más avances a la comodidad y el refinamiento, aunque a costa de ensanchar el abismo que separaba a las clases sociales”.
A LA MODA FRANCESA
Avanzada la Baja Edad Media, según el relato de Tuchman, “enormes chimeneas bostezaban en los muros. Estos lares hundidos (en la pared) “a la moda francesa”, como se decía en Italia, eran el mayor lujo de los hogares de la clase media.”
Y así, a medida que se extendía la construcción y el uso de la chimenea en las residencias de los más pudientes, estos pudieron empezar a tener la privacidad de la que anteriormente les privó el frío, separándose definitivamente de deudos, criados y sirvientes, para estar y dormir en sus aposentos privados. Desgraciadamente, los domésticos siguieron condenados al frío de sus estancias comunales desangeladas, sin otro medio para combatir las bajas temperaturas que hacinarse en grupo en torno al hogar encendido de las cocinas y lugares comunes, del que ya se habían “emancipado” sus señores. La historia es así de discriminatoria e injusta.
Un ejemplo de utilización intensiva de la chimenea en las construcciones nobles medievales lo tenemos en el castillo de Lavaux Sainte-Anne, en la Valonia belga, cerca de la hermosa población de Dinant, cuna del famoso músico Sax, el inventor del saxofón.
El hermoso castillo fue construido en 1450 por Jean II de Berlo, señor de Lavaux. La construcción sufrió múltiples avatares, a consecuencia de guerras y conflictos varios, y fue, asimismo, remodelado y ampliado con el transcurso de los siglos. El edificio guarda en sus numerosos aposentos una gran variedad de chimeneas, algunas de las cuales son posteriores a la época de la construcción, pero que dan idea de cómo las chimeneas se convirtieron en un elemento de confort y de separación de señores y criados a partir de principios de la Baja Edad Media.
(José Mª Pagador es periodista y escritor, y fundador y director de PROPRONews).
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