El Puente Colgante y yo tenemos una relación muy hermosa desde hace casi medio siglo, una relación primero viajera y periodística y después más humana, estable y entrañable. Llegué por primera vez a él en una etapa muy dura para el país y después he convivido en diferentes momentos de su vida. He visto repararlo y pintarlo. Lo he cruzado incontables veces, en la barquilla y por la pasarela superior. Y siempre he tenido la misma sensación de verticalidad, elegancia, belleza, resistencia. Una lección que llevo aprendida.
Mi idilio con el Puente Colgante dio comienzo hace casi cincuenta años. Fue un flechazo a primera vista. Yo era entonces periodista primerizo y la visión majestuosa del puente me deslumbró. Eran los años de plomo de ETA. En medio de aquella tragedia que bañaba en sangre inocente a Euskadi y a toda España, y de la que tan doloroso era informar, el puente se erguía como símbolo de lo imperecedero y también de lo que une dos orillas, sean orillas naturales, geográficas o humanas. Era, no había duda, un emblema de resistencia. Su airosa estructura de hierro ha soportado tempestades, vientos huracanados, accidentes, arremetidas de buques que difícilmente cabían por su luz y hasta la destrucción de la Guerra Civil. Pero hoy, 125 años después, el Puente Colgante puede decirse que sigue mejor que el primer día, porque a su capacidad de verticalidad y a su fortaleza probada une siglo y cuarto de experiencia férrea y eso no es cualquier cosa. Con parecida verticalidad, sin haber cedido un ápice, y con similar capacidad de resistencia, la sociedad española y quien esto escribe hemos llegado hasta aquí, en esta democracia bastante más sólida de lo que algunos creen y en este país imperfecto pero maravilloso, al que muchos sueñan con llegar desde todas partes del mundo.
Vi el puente por primera vez hace casi 50 años, fue un flechazo a primera vista.
Y el Puente Colgante nos da primero una lección de originalidad y novedad, pero también de continuidad. No en balde fue el primer puente de este tipo que se construyó en el mundo y no por casualidad es hoy el más antiguo del planeta en servicio como puente transbordador.
EL PUENTE Y YO
Mi relación con el Puente Colgante ha estado jalonada de hitos diversos. Con él padecí, al principio, la monstruosa visión de lo que entonces era la ría, aquella sucesión de fealdades e inmundicias que contaminaban las aguas y las orillas y en la que lo único bello y digno era la etérea estructura del puente. De no ser por su lección invencible de belleza y elegancia, posiblemente no se hubiera acometido nunca la recuperación de la ría, con los magníficos frutos que esa empresa ha dado, tan visibles en todo el recorrido y, sobre todo, en el nuevo Bilbao.
El puente nos da lecciones de verticalidad y resistencia y a algunos, incluso el amor.
Estuve muchas veces a su lado, en viajes de trabajo o de placer –aunque en mi caso ambas cosas se confunden, pues siempre he trabajado en lo que me gusta-, le vi algunas de las sucesivas remodelaciones o reparaciones, asistí a algunos de los repintados, y lo crucé muchas veces, en la barquilla –a pie, con mi bicicleta o en coche- y por la pasarela superior. He subido en repetidas ocasiones a su cima en los ascensores y me he deleitado arriba, parándome a mirar y a pensar en estas cosas que hoy, por fin, digo, después de tantos años.
A través del puente admiré y amé a Portugalete, la hermosa villa, acogedora, culta y alegre, en la que tan buenos días he vivido y tan buenos ratos he disfrutado. Hace casi cincuenta años que pisé Portugalete por primera vez y puedo confesar que aunque fue la seducción del Puente Colgante lo que facilitó que la villa me sedujera en primera instancia, luego la ciudad tomó cuerpo ante mí por ella misma y terminé enamorado también de sus calles, de sus monumentos y de su carácter.
Y tal vez porque le fui amigo y devoto durante buena parte de mi vida, el Puente Colgante me recompensó finalmente con el amor de una portugaluja. ¡Cómo iba yo a sospechar cincuenta años atrás que terminaría enamorándome y casándome con una hija de la noble villa, cuyos ojos, entre las primeras cosas que aprendieron a mirar, vieron el Puente Colgante casi por los mismos años que yo, que nací tan lejos de allí! ¿Casualidad? Pues de estas maravillosas casualidades está hecha la vida, cuya materia prima es siempre lo impensable. Luego, a la vera del puente me casé con Susana, en el Gran Hotel Puente Colgante celebramos el banquete nupcial, en un salón a través de cuyas ventanas veíamos el puente, y en una suite de dicho establecimiento pasamos nuestra noche de bodas, con el Puente Colgante enmarcado en nuestro balcón, que dejamos abierto para él. Y a la vera del puente he bailado con ella, sin parar ni un minuto, las últimas doce ediciones del Baile de la Hora. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
RELIQUIA DEL PUENTE
Y hoy, cuando escribo estas líneas de homenaje, recuerdo y gratitud al Puente Colgante de Portugalete, mis ojos se posan sobre un objeto querido, una reliquia del propio puente como si de un pedazo de hueso de San Roque, el patrono de la villa –cuyos restos andan esparcidos por el mundo, como hemos podido ver en Ámsterdam, en París o en Roma, donde se guarda uno de sus brazos-, se tratase. Es un trozo de hierro del antiguo riel superior del que colgaba la barquilla, cuya estructura fue rehabilitada en 2010 y que, en forma de original escribanía, nos regalaron aquel año nuestros hermanos Juanmari y María Victoria. El fragmento –adquirido por ellos en la tienda del puente- lleva grabado en su férrea piel el número 482.
Este amuleto forma parte hoy de mi acervo particular, como muestra de lo tierno que puede ser también lo duro -¿qué metal no se rinde ante el fuego?-, como promesa de fidelidad a la lección del puente, como augurio de lealtad mientras la vida acompañe y como promesa de amor casi cincuenta años después de nuestro primer encuentro.
Hoy cumple 125 años el Puente Colgante de Portugalete y desde aquí le felicitamos, y felicitamos a todos los portugalujos y portugalujas, y nos felicitamos nosotros también. ¡Felicidades, Puente Colgante, y gracias por todo!
(José Mª Pagador es periodista, escritor y fundador y director de PROPRONews).
OTROS ARTÍCULOS DEL AUTOR
Elisa Blázquez, pionera española de la sologamia
La vuelta al mundo en 80 manicomios
Portugal, un espejo en el que España nunca ha querido mirarse
Atún rojo salvaje de almadraba, la estrella gastronómica del sur