sábado, 20 abril, 2024
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La tiranía del viento

Un día en el Museo de coches Louwman de La Haya

Enzo Ferrari, «il Commendatore», necesita de pocas presentaciones. Piloto, técnico genial, empresario y fundador de la Escudería Ferrari, marcó durante muchos años la dirección a los automóviles deportivos. Su historia y la de sus coches se cincelaron en los circuitos de todo el mundo, a golpe de pasión y de victorias. Un pedacito de esa historia, representada por seis bólidos de Maranello, quedó aparcada en el museo Louwman de La Haya, junto a otros 250 automóviles de época. Nosotros acabamos de visitarlo para nuestros lectores de PROPRONews.

Uno de esos dos centenares y medio de coches, el Ferrari 500 SUPERFAST SPEZIALE, tuvo el honor de pertenecer al príncipe de Holanda, Conde y Alteza Serenísima, Bernhard Leopold Friedrich Eberhard Julius Kurt Karl Gottfried Peter de Lippe-Biesterfeld. Pido disculpas a los lectores, pero no sabía por dónde acortar el nombre sin mutilar su linaje.


Es la colección privada de automóviles más antigua del mundo.


El Louwman no es el destino turístico más conocido de La Haya (Países Bajos). En la amplia oferta cultural de esta ciudad, no es fácil aparecer en los primeros puestos de las guías, compitiendo con museos del calibre del Mauritshuis, Palacio Escher o, lean más despacio ahora, el Gemeentemuseum. Sin embargo, puede rivalizar con cualquiera de ellos, y para muchos visitantes, resultará más ameno.

Bello, pero poco eficiente según el Viento.
Bello, pero poco eficiente según el Viento.

Se considera la colección privada de coches más antigua del mundo, y una de las mejores, con modelos fabricados a partir de 1886. A quienes  encuentren la palabra museo aburrida, le sugiero que la sustituyan en este caso por parque temático.


Algunos de estos vehículos pertenecieron a Churchill, Elvis Presley o Steve McQueen.


Tras mi segunda visita en seis meses, en la que se me fueron cinco horas sin enterarme, he decidido recomendarlo desde la sección Planeta de este periódico, en la convicción de que mucha gente lo disfrutará tanto como yo.

Como buen emprendedor, Enzo Ferrari era un hombre orgulloso y de sólidas convicciones. El tipo de hombre que deja frases contundentes para la posteridad. Con su permiso, me serviré de una de ellas para explicar por qué vale la pena visitar el Louwman:

«La aerodinámica es para los fracasados que no saben construir motores».

No quisiera- ni podría- competir con el genial Enzo, pero me gustaría añadir un corolario a su teorema: «La aerodinámica es aburrida». Si estás de acuerdo en que las formas aerodinámicas de los vehículos actuales tienen poco carácter, puedes seguir leyendo. Te gustará el Louwman.

Enzo vivió en una época en que lo importante del coche iba debajo del capó y el aspecto del vehículo quedaba fuertemente condicionado por la forma del motor y por su colocación en el chasis. Dadas las limitaciones tecnológicas de entonces, el principal reto de los ingenieros era sacar potencia de donde fuera, lo que generalmente solucionaban construyendo motores tipo macho, de gran cilindrada y tamaño. Para compensar la rotunda apariencia del motor, tenían que integrarlo en la estética general del automóvil, lo que daba lugar a diseños preciosistas, que serían impensables con las eficientes cadenas de montaje robotizadas de hoy en día.

Estatua a la entrada, para no perderse.
Estatua a la entrada, para no perderse.

Por cuestiones culturales, económicas, y psicológicas, la mayoría de compradores de entonces eran varones que, según los maledicentes, complementaban el tamaño de su hombría con el de su automóvil. La primera circunstancia ha cambiado radicalmente con la emancipación de la mujer, mientras que la segunda parece haberse perpetuado.

Por aquel entonces, el viento no era un elemento a considerar y los ingenieros tenían libertad absoluta en sus pupitres de diseño. Por este motivo, los automóviles que se exhiben en el Louwman están a un universo de distancia de los coches que vemos circulando por las carreteras.

LA IMPORTANCIA DE UNA GOTA DE AGUA

La resistencia del aire aumenta exponencialmente con la velocidad, hasta convertirse casi en un muro de hormigón. Por ese motivo los meteoritos se desintegran al entrar en nuestra atmósfera. Y por la misma razón, la insolente frase de Enzo Ferrari se desintegró en las 24 horas de Le Mans de 1966 cuando, en las rápidas rectas, sus motores eran humillados por la aerodinámica de sus rivales. Ferrari había vencido las seis ediciones anteriores, pero el viento le derrotó en esta ocasión. Tras la amarga experiencia, Ferrari se tragó su sarcasmo y empezó a trabajar la aerodinámica a la par que los motores.

El incremento del precio del petróleo y la concienciación medioambiental -a menor resistencia al avance, menor consumo y menos emisiones contaminantes- jugaron también un papel muy importante para definir las formas de los automóviles. O mejor dicho, La Forma. Porque, seamos claros, hoy en día todos los coches son iguales. Soporíficamente iguales. Esto no es por casualidad. Las carrocerías ya no son obra de atrevidos diseñadores que competían por entrar en la historia, o por llevarse una suculenta prima, de la mano de un boceto genial.

Hace tiempo que los físicos aprendieron que las gotas de agua en caída libre se amoldan a las exigencias del aire y adoptan la forma aerodinámica más eficiente posible. Los ingenieros, desesperados por ofrecer vehículos más rápidos, silenciosos y frugales, subcontrataron los diseños a quien más sabe de esto: el todopoderoso y despótico Viento.

Uno de los 100 Cadillacs de Elvis. En la gramola, solo música del Rey.
Uno de los 100 Cadillacs de Elvis. En la gramola, solo música del Rey.

A los dictadores les gusta la sumisión y el Viento abolió de inmediato todas las licencias creativas. A partir de ese momento, todos los coches se parecerían a una obediente gota de agua, y se construyeron túneles del viento para certificar que así fuera.

Los temperamentales frontales, que imprimían carácter al coche y, por extensión, a su dueño, dieron paso a anodinos perfiles que minimizan la fricción con el aire. Los faros se integraron en la carrocería, tornando su atenta expresión en enigmática, gracias a sus nuevos rasgos orientales. Los extrovertidos retrovisores se miniaturizaron, todas las piezas mecánicas se carenaron y los parabrisas se postraron, rindiendo pleitesía a Eolo, su nuevo Dios. Los coches se convirtieron en funcionales artículos de consumo.

LA IMPORTANCIA DE SER ÚNICO

Frente al absolutismo del viento, el Louwman protege la libertad de expresión. Se ven coches astutos, asombrados, serios y algún lunático con pinta de cápsula espacial. Cubren todas las variedades de la fauna; los hay mastodónticos; estilizados como gacelas; musculados y tensos como un tigre a punto de saltar, o afilados como un águila en picado. Los deportivos se pavonean orgullosos, algunos incluso agresivos, pero también hay algún tímido utilitario, uno que va de sobrado con seis ruedas, y otro muy humilde de solo tres.

Cualquiera que sea su aspecto, todos están contentos de ser únicos, de tener una historia que contar, de haber sido diseñados por un hombre de sangre caliente y no por un frío ordenador. Cada uno tiene una razón de ser, expresa un lugar en el tiempo, que vas entendiendo conforme avanzas por los largos pabellones y lees las explicaciones.

La elegancia sobre ruedas.
La elegancia sobre ruedas.

En esta fiesta del diseño, los habitualmente antiestéticos tubos de escape, radiadores o guardabarros se elevan a la categoría de arte, como tocados por una varita mágica, para despertar la admiración de los visitantes.

LA IMPORTANCIA DE VENDER Y COMPRAR COCHES

Louwman creó el museo en 1934 y lo llamó Museo Louwman. Como era importador de Chrysler para Holanda, empezó la colección con un Chrysler. El señor Louwman, no parecía nada original.

Sin embargo, a partir de ahí, fue adquiriendo piezas cada vez más interesantes, como el Humber de Churchill, un Cadillac de Elvis Presley, el Aston Martin de 007 en Goldfinger, o el coche con el primer motor de explosión, patentado por Benz en 1886. Es innegable que quien tuvo retuvo y guardó para la vejez, porque los Mercedes-Benz están ganando el mundial de F1 en 2017, 130 años después.

También pertenece al museo el Toyota más antiguo de la historia, que pasó la mayor parte de su mala vida en una granja en Siberia y llegó a Holanda desde Vladivostock, haciendo parte de los 8.000 kms por carretera. Ahí queda eso.

Entre otras curiosidades se puede ver el buggie de Steve McQueen, con el que compitió seis años en el desierto de Baja California, el coche que conducía Sonny Corleone en la película El Padrino, y dos ganadores de las 24 Horas de Le Mans. No doy más detalles de la colección, para no contar el final de la película a quienes quieran ir a verla.

El museo tuvo que reponerse de un fuerte golpe cuando, en la segunda guerra mundial, los nazis se llevaron de recuerdo todos los ejemplares que había adquirido hasta entonces. Pero el señor Louwman era obstinado y empezó a comprar frenéticamente, hasta compensar sobradamente la pérdida.

Todas estas joyas se alojan en una edificación típica holandesa de 10.000 metros cuadrados, que la reina Beatriz inauguró en 2010 aprovechando que vivía en la mansión de al lado. El edificio fue diseñado para ser un museo por el arquitecto americano Michael Graves, quien dejó para los anales un hall de 90 metros de largo por 10 de altura. Lo remató con dos cristaleras que van del suelo al techo en los dos extremos de su longitud y que iluminan los coches como si fueran enormes difusores.

Tras el fallecimiento de Louwman, uno de sus hijos continuó la tradición familiar de mantener y ampliar el museo y de importar coches. No es extraño que haya cambiado la marca Chrysler por Toyota, tras su experiencia positiva con el que se trajo de Rusia. Esperemos por el bien de su negocio que no todas sus importaciones tengan la misma longevidad.

Para un hombre acostumbrado a las colecciones de coches, no es extraño que también importe Lexus, Ford, Suzuki, Maserati, Bentley, Rolls-Royce y Lamborghini. De todas estas marcas ha procurado algún antepasado para su colección.

Fue también el hijo quien expandió el museo para dar acceso al público, dedicando casi una década a decorarlo con un gusto encomiable. Es raro el coche que no esté ambientado en su época o arropado por enormes fotografías en la que se les ve derrapando como en sus mejores tiempos.

En la parte final del museo se ha reproducido una «plaza histórica» de principios del siglo pasado, en la que tiendas y talleres son originales, recuperados de edificios demolidos a lo largo de años. La cafetería está integrada en la plaza y dan ganas de vestirse de época antes de sentarse a recuperar energías tras el rally por el museo.

Hablando de colecciones, el museo exhibe también una selección de dibujos y pinturas del ilustrador Frederick Gordon Crosby, especializado, como no podía ser de otra manera, en el mundo del automóvil.

Aquí acaba el tour. Si tienes pensado pasar unos días en Holanda y visitar La Haya, no se me ocurre mejor manera de gastar 14 euros. Eso sí, cuando vuelvas a tu lugar de origen, procura no ser muy duro con tu coche de toda la vida. Él también ha sufrido la tiranía del viento.

(Textos y fotografías de Chema Buenechea Oñate)

SOBRE EL AUTOR

https://www.propronews.es/chema-buenechea/

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https://www.propronews.es/xiva-la-ciudad-que-desafio-al-tiempo/

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