Hace 2.500 años comenzó a gestarse una dañina, nociva y perjudicial creencia en la cultura occidental. Un ideal limitante que llegó a ser creído por gran parte de la población mundial y que hoy todavía, en pleno siglo XXI, se sigue utilizando como argumento y evidencia irrefutable. Se trata de un pensamiento que surge unido a la metafísica que empezó a ser predicado por personajes como Parménides y que fue continuado posteriormente por otros como Sócrates, Platón, Aristóteles…, llegando hasta nuestros días. Una especie de dogma que reconoce el entendimiento del ser humano como una realidad eterna e inmutable. Es una creencia que a la sociedad del siglo XXI nos gusta llamar todavía “el destino de cada uno”.
Sí, a esa supuesta historia ya escrita que narra toda nuestra vida es a la que me refiero. A ese cuento al que no podemos renunciar. A esa vida que, al parecer, nos ha venido impuesta, nos ha venido dada. A ese camino que ha sido creado única y exclusivamente para nosotros y que hagamos lo que hagamos, no podemos modificar.
¿Destino? ¿Qué es el destino? Se ha vuelto costumbre hablar de destino. Es común hablar con el mundo y escuchar conversaciones sobre un futuro preestablecido y predeterminado al cual llaman destino. Insinúan que todo está escrito, intentan hacernos creer que no podemos luchar contra algo que, según el resto, ha de pasar de una manera fija. Te sumerges en la sociedad y escuchas resignación escondida en frases como “así tenía que suceder” o “esto no podría haber salido de otra manera”.
Insinúan que todo está escrito, intentan hacernos creer que no podemos luchar contra algo que, según el resto, ha de pasar de una manera fija
Pero ¿cuál es el mensaje oculto que esta propuesta comunica? Vive y deja que la vida te haga. Sí estas predestinado a ser un donnadie serás un donnadie, si estás predestinado a ser pobre, serás pobre, si estás predestinado a ser infeliz serás infeliz.
CREER EN CUENTOS
Pero, yo, por más que lo intento no sé cómo el mundo se ha podido creer tal embuste, tal engaño; no entiendo cómo este ideal absurdo ha permanecido tan arraigado en las sociedades de la historia. Como bien analiza Harari en su libro “De Animales a Dioses”, lo que diferencia al hombre del resto de seres vivos es la capacidad que tiene para creer, para confiar en los cuentos que otro decida contarle. Al ser humano no le hacen falta muestras de evidencias, no necesita que le convenzan mediante métodos ni demostraciones científicas de que algo sucederá de una manera u otra. Vale con que alguien venga y cuente que existe un Dios todo poderoso creador del cielo y la tierra, de todo lo visible y lo invisible, y ser así capaz de controlar a gran parte de la humanidad, haciendo que sociedades enteras luchen y mueran por un mito que un alguien creó un día en su imaginación. Parece increíble lo poderosa que puede llegar a ser nuestra mente cuando creemos en algo con firmeza.
Es mucho más fácil quedarse sentado, fracasar y dejar de intentarlo, diciéndose al mismo tiempo a uno mismo que “el destino así lo ha querido” y que contra este es imposible luchar.
El destino es la justificación que nos damos a nosotros y al mundo para no esforzarnos más de la cuenta, para explicar de manera supuestamente convincente por qué las cosas no nos han salido como queríamos que sucediesen. Es la excusa perfecta que nos transmite que la culpa no ha sido nuestra, que ha sido del destino, ya que este no ha querido que las cosas saliesen como deberían haber salido.
AUTOCONVENCIMIENTO LIMITANTE
El ser humano es un animal social astuto e inteligente que necesita consolarse y darse un motivo auto convincente de por qué las cosas no han salido bien, de por qué hay que dejar de intentar conseguir nuestros objetivos, de por qué debemos dejar de luchar por lo que creemos, de por qué debemos dejarnos llevar y no hacer que las cosas sucedan como deseamos que ocurran. Es mucho más fácil quedarse sentado, fracasar y dejar de intentarlo, diciéndose al mismo tiempo a uno mismo que “el destino así lo ha querido” y que contra este es imposible luchar.
Tú y solo tú creas tu destino, no te engañes, nadie tiene la culpa de tus fallos, ni nadie puede arrebatarte tus triunfos, eres el dueño tanto de una cosa como de la otra.
La palabra “destino” está acabando con nosotros. Se ha convertido en esa excusa perfecta preparada para salvarnos de todos los apuros. Es curioso cómo una sola palabra es capaz de inhibirnos de nuestra responsabilidad. Es sorprendente cómo este vocablo es capaz de evitar que seamos culpables de algo que realmente hemos provocado nosotros. Hemos desarrollado una capacidad admirable para “echar balones fuera”. No me quiero imaginar lo que hubiésemos avanzado, progresado y evolucionado si en vez de haber invertido el tiempo en buscar excusas tan buenas como el destino, nos hubiésemos puesto manos a la obra y hubiésemos intentado solucionar los desastres cometidos.
Somos expertos en el arte del escaqueo y de la resignación. Siempre pensando que somos una cosa u otra porque alguien lo ha querido así. Siempre convencidos de que nuestro repugnante trabajo no podría ser otro, porque “esta es la vida que nos ha tocado vivir”. Siempre quejándonos de todo y a la vez no haciendo nada por cambiar nuestra situación. Siempre escudándonos en argumentos que cada vez se vuelven más pobres, como el típico que actualmente todo el mundo pronuncia y que básicamente anuncia que “vivimos en una sociedad que es una barrera para crecer”. No digo que sea incierto, pero es algo que no podemos emplear eternamente como justificación a nuestros problemas o como evasiva o fundamento a por qué no hacemos ciertas cosas que nos gustaría hacer y qué queremos que se vean de una vez por todas reflejadas en nuestra sociedad.
Así que yo desde aquí propongo que nos dejemos de inventar constantes subterfugios, que luchemos por lo que queremos conseguir por mucho que nos cueste. Aún tengo la esperanza de que dejemos de creer tanto en cuentos, infundios o, básicamente, mentiras creadas por nosotros mismos para alejarnos de la responsabilidad que nos toca asumir. Es solo una forma de volvernos cómodos y débiles.
Tú y solo tú creas tu destino, no te engañes, nadie tiene la culpa de tus fallos, ni nadie puede arrebatarte tus triunfos, eres el dueño tanto de una cosa como de la otra.
Es cierto que muchas decisiones ajenas a nosotros condenan a millones de personas a la pobreza, y no solo hablo de la pobreza material. Al fin y al cabo, uno no puede elegir ciertas cosas que les vienen dadas, pero dejando aparte estos casos que no dependen de uno mismo, considero oportuno decir que la pereza, la desgana, la desidia, el desinterés sí son negligencias inherentes del ser humano.
Una vez hecha esta aclaración, terminaré con lo siguiente: “si naces pobre no es tu culpa, pero si mueres pobre, eso sí es tu culpa”. Créeme, no existe ningún Dios ni ninguna fuerza mayor que esté provocando tu desgracia.
(Claudia Casco García es estudiante de Dirección y Administración de Empresas en el CUNEF y autora del libro LIDERA, HAZ REALIDAD TU SUEÑO).
SOBRE LA AUTORA
Claudia Casco: liderar desde la adolescencia