Lo que se ha perdido el mundo sin ellas

La exclusión secular de la mujer de la cultura, la creación o la ciencia, y los muchos millones que han sido asesinadas, representan una doble e irreparable pérdida

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El mundo es peor sin duda porque la mitad mejor de él, la femenina, ha estado relegada durante siglos. La exclusión histórica de la mujer de la educación, la política, la economía, el pensamiento, la cultura, el arte, la literatura, la ciencia y hasta de la religión, representa el mayor quebranto que haya sufrido la humanidad en toda su existencia. Si a eso añadimos el inmenso feminicidio cometido por el hombre a lo largo de la historia –ese sí que es el mayor genocidio, el mayor holocausto de todos los tiempos- el resultado es milenios de discriminación y de tortura contra las mujeres. Imaginar cuánto se ha perdido el mundo por no haber contado con ellas estremece, pero calcular además el incontable número de las que han sido vejadas, violadas, martirizadas y asesinadas –centenares, si no millares de millones de ellas- debe aterrorizarnos y avergonzarnos a todos. En PROPRONews estamos con la Huelga Feminista del 8 de Marzo, una útil herramienta para visualizar ese horror, reflexionar sobre él y ponerle fin de una vez por todas en todas partes. Se trata de abolir el nefasto patriarcado e implantar una igualdad verdadera.

Muchos consideran equivocadamente a Cervantes como el inventor de la novela en los términos en que consideramos hoy este género literario. A nadie se le ocurre pensar, sin embargo, que ese mérito le corresponde a una mujer. Es más, si preguntamos nombres de escritoras anteriores al siglo XIX o al XX, los instruidos balbucearán si acaso media docena de ellas. Y no sería un problema de incultura, sino, sobre todo, antropológico y sociológico. Porque es cierto que hasta una determinada época de la historia, la presencia de las mujeres en la autoría literaria fue escasa, por no decir ínfima, y más aun en la narrativa.


El inventor de la novela no es Cervantes, un hombre, sino Murasaki Shikibu, una mujer, siglos antes, pero ¿quién se atreve a decirlo?


Durante milenios el sistema ha excluido a la mujer de la cultura y de muchos otros ámbitos de la sociedad. Un sistema patriarcal y machista, que durante mucho tiempo consideró a la mujer como un ser imperfecto situado por debajo del hombre, hasta tal punto que incluso en sociedades avanzadas de nuestro entorno europeo no se reconoció el derecho de la mujer al sufragio hasta bien entrado el siglo XX; y en algunas, como en la suiza, nada menos que hasta 1971.

Que durante milenios no se permitiera a la mujer el acceso a la educación, a la cultura, al trabajo científico, a la creación literaria y artística, a la política, a la economía y a tantos campos como le fueron vedados, y que, además, ese mismo sistema sin corazón, que las segregaba y las apartaba de todo lo relativo al intelecto y al espíritu humano, encima permitiera, e incluso alentara, el trato degradante y criminal que la mujer viene sufriendo desde la noche de los tiempos, eso que hoy llamamos eufemísticamente “violencia de género”; esa doble injusticia, ese doble crimen representa, sin duda, la peor catástrofe que ha padecido la humanidad desde que el primer homínido empezó a caminar erguido.

EL MAYOR HOLOCAUSTO DE LA HISTORIA

Esa catástrofe, esa hecatombe sin parangón, al lado de la cual el Holocausto y todos los genocidios habidos y por haber de los que hablan las crónicas parecen un juego de niños, ha tenido una doble vertiente igualmente letal para la humanidad.


Desde que el ser humano existe, millares de millones de mujeres han sido explotadas, vejadas, violadas, torturadas y asesinadas.


Empezando por lo segundo, lo más atroz y cruento, el maltrato y el crimen machista, podemos hacer un cálculo aproximado de las víctimas que este fenómeno ha causado a lo largo de la historia. Según los demógrafos, en el planeta han vivido ya unos 110.000 millones de personas. Calculando que la mitad han sido mujeres, 55.000 millones, y aplicándoles prudentemente los índices de violencia machista actuales en Occidente, (en torno a un 15 por ciento; una tasa muy prudente, y aun en siglos pasados fue mucho peor), tendremos que, como poco, 8.250 millones de mujeres han sufrido maltrato, tortura, vejaciones, violaciones y toda clase de tropelías a lo largo del tiempo. De entre ellas, la cifra de las que murieron asesinadas por el macho, es inimaginable, probablemente centenares, si no millares de millones como poco.

Este es, pues, el genocidio olvidado, el más antiguo y oculto, y el que todavía pervive aun en las sociedades más avanzadas. Un genocidio perpetrado no por un régimen, no por un Estado, no por un grupo humano determinado, no por una raza, o no solo por ellos, sino, sobre todo, por el conjunto y la individualidad de los hombres que han existido y existen. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, en numerosos lugares del mundo están siendo maltratadas decenas de millares de mujeres, y centenares o millares están siendo asesinadas. Y si la culpa es individual en cada maltratador, la persistencia del sistema patriarcal y machista que lo hacía y aún lo hace posible extiende esa culpa, por activa o por pasiva, a todos y a cada uno de nosotros, los hombres, que somos los grandes beneficiarios históricos del patriarcado.

LO QUE LA HUMANIDAD SE HA PERDIDO

La segunda faceta de la catástrofe de la que hablo es la privación a la que ha sido sometida históricamente la humanidad de la mitad de su materia gris. La exclusión de la mujer durante milenios de todos esos campos que he mencionado antes, ha empobrecido a la humanidad hasta extremos inimaginables. ¿Cómo hubiera sido el mundo si todos esos millares de millones de cerebros femeninos hubiesen tenido acceso a la educación, a la cultura y a la ciencia? ¿Qué inventos notables nos hemos perdido, qué obras literarias maravillosas no han sido escritas? ¿Qué cuadros magníficos no han sido pintados? ¿Qué sinfonías capitales no han llegado a nuestros oídos solo por el hecho de que a la mitad de la humanidad, es decir, a las mujeres, no se les permitió crearlas? ¿Y cómo hubiera sido un mundo gobernado no solo por la testosterona, los egos y los impulsos machos?

No. Cervantes no es el primer novelista de la historia. Incluso a esto se aplica también una dosis de machismo, de quienes aún hoy tratan de ocultar, e incluso niegan, que hubo mujeres que escribieron novelas antes que él. ¿Por qué no admitir de una vez que la primera novela de la que se tiene noticia es Genji Monogatari, escrita sobre el año 1000, seiscientos antes que El Quijote, por la japonesa Murasaki Shikibu, cuando se trata de un hecho constatado, y reconocido, además, por muchos estudiosos?

Pero semejante hito no puede hacernos olvidar que escritores ha habido muchos, demasiados, sin duda, y escritoras, lamentablemente, poquísimas. El sistema no lo permitía. Las mujeres no estaban para eso. Y las que escribían, como las que realizaban cualquier otra labor creativa, tenían que hacerlo muchas veces a escondidas, o arriesgando su integridad, o camuflando su identidad bajo seudónimos masculinos. Solo si su posición era elevada, y aun así no era nada fácil para ellas, tenía la mujer alguna opción de dedicar atención a estos menesteres. De la primera escritora de que se tiene noticia, la acadia Enheduanna (circa 2300 a. C.), sabemos que era hija de un rey. Y aun así, ella es otra excepción.

MUJER Y LITERATURA

Es penoso, por referirnos a las raíces grecolatinas en las que bebe nuestra cultura, que desde Enheduanna tuvieran que pasar mil setecientos años hasta encontrar a otra escritora que haya quedado en la historia, nuestra Safo griega. Mientras tanto, la nómina de los escritores ha sido y es abundantísima, con la doble agravante de que muchos de ellos ni siquiera merecen figurar en el catálogo, y de que, seguramente, otros muchos ocupan el lugar que les hubiera correspondido a brillantísimas escritoras frustradas que no llegaron a florecer porque la sociedad patriarcal lo impidió.


El feminicidio histórico es el gran genocidio olvidado, el mayor holocausto sucedido jamás.


En el ámbito español y europeo, obviando el siglo de Oro y el Renacimiento, con algunos ilustres, pero siempre escasos, ejemplos de mujeres escritoras que no voy a citar aquí, porque son de sobra conocidas, no es hasta el siglo XIX cuando la mujer empieza a incorporarse a la creación literaria de forma más nutrida. Luego vendría la gran eclosión del XX y la edad de oro que vive la literatura escrita por mujeres en estos primeros años del XXI, tanto en España como en el resto del mundo.

Mi biblioteca particular es un lugar sagrado para mí y, sin embargo, mi biblioteca es otra prueba palpable de la injusticia a la que vengo refiriéndome en estas líneas. Hace algunos años, ya en este siglo XXI, sentí un día la curiosidad de constatar qué porcentaje de los libros que he conservado, más de 6.000, habían sido escritos por mujeres. El resultado fue tan desequilibrado y sentí tanta vergüenza, que ni siquiera voy a desvelarlo aquí. Desde entonces dedico prioritariamente mi atención a las escritoras. De cada diez nuevos libros que compro, y compro un buen número de ellos cada año, entre ocho y nueve son de autoría femenina. Leyéndolos, descubriendo nuevas, o rescatando antiguas escritoras que había pasado por alto, me enriquezco de un modo que jamás creí que me satisfaría tanto a mi edad, después de más de sesenta años leyendo. Lo escrito por hombres de obra cimera, desde los clásicos hasta hoy, lo he leído casi todo, o, al menos, lo más relevante. Las mujeres que había leído, sin embargo, aun no siendo pocas, constituyen una minoría en comparación con los autores varones. Así que ahora les toca a ellas.

En materia de lectura, hace ya algunos años que me propuse dedicar lo que me queda de vida a leer a mujeres prioritariamente. Y lo que he descubierto en estos años, lo que he aprendido, el nuevo enfoque vital que me han dado y me dan, me está haciendo mejor y contribuye en grado sumo a mi enriquecimiento intelectual y emocional, a la mejora de mi escritura, mi conocimiento del mundo, mi equilibrio, mi placer y mi felicidad. Menos mal que he llegado a tiempo. Hubiera sido horrible morir sin haber leído a los centenares de escritoras, sobre todo las actuales, que he tenido la fortuna de descubrir últimamente.


Los hombres somos los beneficiarios históricos del patriarcado y el machismo, y los principales responsables de esa atrocidad.


¿QUÉ PODEMOS HACER LOS HOMBRES?

Con los ejemplos que acabo de mencionar enfoco la realidad infame de la desigualdad que todavía hoy padece la mujer desde un prisma cultural y humano. Es una especie de balance de pérdidas de esta humanidad machista; pérdidas de aportaciones femeninas que no fueron posibles y pérdida de vidas de mujeres que fueron asesinadas por el macho. Lo que ocurrió de aquí para atrás es irremediable y a los hombres solo nos cabe reconsiderarlo, avergonzarnos, arrepentirnos y ponerle remedio en todo lo que dependa de nosotros.

Hay algo que todos podemos hacer desde este instante, si es que no hemos empezado a hacerlo con anterioridad. El patriarcado –y el machismo, que es su brazo ejecutor- no es una entelequia separada de nuestra voluntad. La responsabilidad que hoy nos cabe a todos los hombres consiste en examinar el problema, reflexionar sobre nuestra participación en él, detectar nuestra contribución a esta injusticia y actuar en consecuencia, tanto a nivel individual como colectivo, y tanto en el ámbito privado como en el público y el político.

Usted y yo, lector hombre, sabemos perfectamente de qué hablo. Huelgan los decálogos de medidas a tomar. Todo el mundo sabe eso. Y la principal y más efectiva manera de llevarlo a la práctica es tener despierta a cada instante la conciencia de que ellas son iguales que nosotros, tienen los mismos derechos, han superado con mucho los deberes que les correspondían –los nuestros todavía no han sido asumidos en su integridad por todos- y no son propiedad de nadie. Y poner eso en práctica. Así de terriblemente sencillo, para nuestra vergüenza.